3/12/2013

Doral, un viaje al apasionante swing de ‘El Niño’ y a la mejor versión del ‘Tigre’


Una vez más, no fue necesario coger un avión o desplazarme largas distancias para irme de viaje. Incluso no hizo falta cambiar de ciudad, no implicó ese traslado físico. A pocos kilómetros de mi casa, en el Trump Doral Golf Resort & Spa, con ocasión del WGC Cadillac Championship, me teletransporté al pasado, a lo vivido por mis dos grandes ídolos, a las horas pegadas al televisor y al ordenador, a los recortes de revistas, a las biografías leídas, a las alegrías de las grandes victorias y las penas y decepción de las grandes derrotas, a la razón por la cual empecé a jugar al golf, a diseñar recorridos, a los sueños rotos, incumplidos, a los caminos casi tomados, al ¿y si hubiese?, al ¿estaré a tiempo?. Aunque no todo fueron recuerdos. Consciente, aprovechando cada minuto, exprimiendo cada hoyo al máximo, disfruté como un niño de dos grandes jornadas de golf protagonizadas por el ganador, el monstruo intimidante, eternamente concentrado, vivo, el elegido, Dios supremo del deporte moderno, Tiger Woods, y por el siempre talentoso, carismático, ‘jugón’, único, la viva representación de mi sueño, Sergio García. Gracias por la bola firmada Sergio. Gracias por la sacada de bunker del hoyo 15 de la última ronda. Gracias por seguir ahí arriba después de, ya, 14 años.
















Dos días también de inmejorable compañía y de las mejores y más prohibidas fotografías. Me pongo poéticamente técnico o técnicamente poético, depende como se mire. Centésimas de segundo para coger la mejor instantánea de, para mí, totalmente parcial, subjetivo, el mejor y más espectacular swing del circuito, cargado de rutina, paciente, plano, casi increíble en la bajada, agresivo, dependiente de la rotación más inverosímil, fluido, limpio, sonoro, perfecto. Probablemente, el mejor tirador a bandera de la última década, el putt más irregular. No se puede tener todo crack. Me siento más seguidor que nunca. He aquí mi prueba.










Casi se me olvidaba un nuevo atardecer. Y ya, aunque suene repetitivo, Miami debe ser la ciudad más imprevisible del planeta. Puedes ir, inocente, a pasar un tranquilo día viendo golf en directo y acabar, sin darte cuenta, en una fiesta de esas que marcan época, dentro del mismo campo, lo más sorprendente. Impensable, irracional, ¿tendencia?, ¿adaptación a los nuevos tiempos? No lo sé, divertido en cualquier caso. Un disparate en toda regla, un largo etcétera de momentos inolvidables, la caída en los arbustos de la casa club, los aplausos, los gin tonics, el agitado autobús de vuelta al parking general, la corta pero contaminante estancia en el parking del Burger King; todos incomprensibles a vuestra lectura pero claves para mi record personal, mi recuerdo, mis carcajadas a futuro.

¿Quién dijo que el golf era aburrido?

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