Hay escapadas
que, aún repetidas y sin transcendencia alguna para el currículum viajero, y
casi sin darte por su fugacidad, impregnan el alma de gozo, sorpresa y
divertimento a la vez que restan años de vida, y se convierten en pequeñas
aventuras dignas del recuerdo, merecedoras de un espacio en la memoria y en el
papel virtual, para su disfrute y lectura entre líneas, ya que, mucho de lo que
pasa en Cayo Hueso, se queda en Cayo Hueso. Cinco hombres, nuevas e intensas
amistades desde cualquier perspectiva, prejuicios bajo llave en la mesilla de
noche, un objetivo. Vaya 36 horas. JLGJ gracias.
Un destino
único, embriagador, como el trayecto. Nosotros, insectos motorizados a través
de un ejército de nenúfares habitables conectados por uno de los más bellos y emblemáticos
tallos de asfalto jamás creados. Los Cayos, la excursión de las mil caras y
para todo tipo de públicos, que no, en ocasiones, para todos los públicos.
La asombrosa
carretera, las obligadas paradas playeras en sendas Anne´s y Sombrero Beach y
el paso por los míticos Coyote Ugly y
Rick´s Bar fueron las únicas
variables que, respecto a mi primera visita allá a finales de 2012, se
repitieron en esta destilada ecuación de 40 grados.
El resto, un
viaje nuevo, un desconocido cúmulo de experiencias. La primera cerveza
congelada en vaso de plástico en un genuino Tiki
Bar a la entrada de Key Largo, un sándwich de langosta y queso con mejor nombre y
apariencia que sabor en Keys Fisheries
y un baño en la piscina del muy adecentado Kingsail Motel, posterior testigo de nuestras historias, precedieron a la marcha al
último cayo.
Ya con el sol
escondiendo la cabeza a los pies del infinito colchón de agua entramos a Cayo
Hueso de forma triunfal, desgañitados al son de ‘Hombre lobo en París’, bajo la
atenta mirada de turistas y moteros de libro por doquier. Efectivamente, un
descomunal festival de motocicletas acontecía tal fin de semana, por suerte,
para nuestro regocijo. Miles de ellas, amontonadas a ambos lados de Duval
Street, algunas customizadas hasta límites insospechados. Un antiguo teatro
reconvertido a tienda Wallgreens cayó del cielo para brindarnos la compra del
viaje, algo común hace años, reliquia y objeto de risas y miradas de reojo en
la actualidad, una cámara de carrete, de fotos limitadas, reusable y con flash,
de rosca devastadora de segundas oportunidades y gratas sorpresas tras el
revelado. Las había olvidado. Diría que capturé decenas de imágenes con ella en
los 500 metros
que nos separaban del legendario Sloppy
Joe´s pero no pudieron ser más de diez o quince.
Mis primeros
arrumacos de la noche a una Blue Moon, mi cerveza preferida, fueron el prólogo
de una noche histórica, real por el mero hecho de que hay testigos que así lo
afirman, protagonizada por los clásicos de siempre, como el Capitán Morgan, algunos
personajes más anecdóticos como Offspring y anécdotas para grandes personajes
como el punk rock a cámara superlenta, la pizza enterrada en pimienta, el salto
imposible de Giorgina, el reparto matutino de periódicos, antes de lo previsto,
y el omnipresente pollo frito.
Café, zumo de
naranja y patatas fritas para cerrar un nuevo paso por el universo paralelo de
Cayo Hueso, cuya puerta se sitúa en algún punto al sur de la península de
Florida, donde el océano empieza a ganar terreno a la tierra, dominando la
retina y el agua moja las cunetas.
Hasta la próxima,
Dani, no se si darte la enhorabuena por tus relatos o dejar de leerlos para que la envidia no me coma por dentro! Te esperamos por los Madriles con los brazos abiertos! Abrazote crack
ResponderEliminarGracias Julen, por leerme y por tu comment. Tu aventura en moto por Tailandia tampoco debió estar nada mal! No sabéis las ganas que tengo de veros. Ya dentro de poco habrá que empezar a cerrar el día para la cena de Navidad, no? :) Un abrazo jefe!
ResponderEliminarTienes mi voto en bitacoras.Suerte
ResponderEliminar¡Muchas gracias!Tu también tienes el mío.¡Suerte!
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