Seis amigos unidos
por Miami, dulce nexo, seis personas bien diferenciadas, seis individuos con
sus circunstancias, más y menos duras, pero igualmente personales, un objetivo,
olvidarlo todo durante cuatro días y disfrutar juntos de un nuevo tesoro para la
bitácora de todos. Gracias a Marta con C, a Nuria con A, a Esperanza con N, a
Ismael con Ú y a Rubén con N por acompañarme en este espectacular y sensorial
viaje. Gracias a Cancún con mi C, nido de serpientes en el idioma maya, muy
lejos de la realidad de este grupo, y a Playa del Carmen, por poner nuevamente
a México a otro nivel en mi selectiva pirámide escalonada de recuerdos viajeros
y por marcar de forma tan bella y significativa el final de una era, o baktun,
muy peregrina en mi vida. Ni mucho menos el fin del mundo.
La península de
Yucatán y sus estados de Quintana Roo, Yucatán y Campeche representan la caja
fuerte de una de las más asombrosas y enigmáticas civilizaciones jamás vistas, un
baúl de piedra y estuco, rebosante de un secretismo inexplicable, propiedad del
mismísimo Kukulcán, serpiente emplumada, uno de los dioses creadores de la vida
a partir de los elementos y los valiosos recursos de la madre naturaleza. Una
cultura de tres periodos que abarcan del año 1.000 a .c. al 1.697 d.c. y
que giran en torno a un esplendoroso periodo clásico entre los siglos IV y X
d.c., con espectaculares ciudadelas, templos y complejos deportivos y
ceremoniales como estandarte y una mezcla de sabiduría y arte de valor
incalculable. Una era de poderes sobrenaturales, sacrificios y conocimientos
astrológicos y profecías fuera de nuestro entendimiento. Un infinito legado de
sapiencia y atribuciones a sucesos modernos repletas de misticismo, aparentemente
ilógicas.
Cancún, muy
americanizado, recibe al turista con una sonrisa limpia y un maquillaje
exterior de un verde impoluto a ambos lados de las grandes avenidas
perfectamente asfaltadas que llevan a la ciudad. La zona hotelera, una
paradisíaca y lujosa lengüeta natural que desafía al Mar Caribe y donde las
habitaciones se cuentan por decenas de miles, nos dio cobijo en uno de sus
establecimientos comparativamente más humildes, The Royal Cancún, an All Suites
Resort, un laberinto de acogedoras villas blancas con playa privada del mismo
color y restaurante propio desde donde poder divisar Isla Mujeres en el
horizonte turquesa en compañía de una tortilla de infinitos huevos o unos
deliciosos chilaquiles verdes con pollo.
Hablando de cocina
mexicana, para plato fuerte el viernes 6 de Diciembre, día de la Constitución
Española, de la mano de Manuel y Chichén Itzá Tours. Valiente desayuno en la taquería a pie de carretera “El Güero”
a base de tacos y un vitamínico y diurético zumo de betabel o remolacha,
naranja y zanahoria para poner rumbo a la boca del pozo de los brujos de agua,
Chichén Itzá, donde, tras el fortín de la entrada y un pequeño camino de tierra
protegido por pequeños puestos de venta de artesanía local, la gran pirámide de
Kukulcán se alza radiante ofreciendo sus dos mejores caras norte y oeste, su
estructura perfectamente calculada, sus serpientes de cascabel y su estudiado
sistema acústico resonante. A escasos metros, el estadio de juego de pelota más
grande de la península. Éste no se trataba de un deporte más, sino de un ritual
de enfrentamiento deportivo de vital importancia, un rito religioso que
fundamentaba y representaba de la forma más explícita los grandes pilares de la
cultura maya representados sobre la piedra inmortal: la vida, la muerte y la
reencarnación.
El asentamiento de
Ek Balam o negro jaguar, uno de los grandes mamíferos protagonistas de la
mitología maya, supuso disfrutar, ojipláticos y boquiabiertos, tras el ascenso
por la larga escalinata, de las primeras vistas del vasto verde inacabable.
Un chapuzón antes
de comer en el cenote Hubiku, una de las numerosísimas cuevas abiertas en su
parte superior y repletas de fresca agua azulada, a modo de pecera redonda. Sombríos
reflejos solares y olor cavernícola en traje de baño para resguardarse del sofocante
calor del exterior. Ya fuera, arroz, frijoles, longaniza, carne asada troceada,
adictivo chile habanero y suave guacamole en un restaurante de Temazón, un
pueblo muy cercano.
Descansando los
ojos a pierna suelta llegamos al hotel con las expectativas por las nubes,
conscientes de que la experiencia CocoBongo de la que tanto habíamos oído hablar estaba a pocas horas de
materializarse. Puede sonar a tópico lo de “hay que verlo para creerlo” pero en
el caso del lugar de referencia de una de las grandes capitales mundiales del
despiporre, la afirmación cobra especial relevancia. Coco Bongo es la diversidad
hecha espectáculo, la mezcla del mejor musical al que he asistido en mi vida y
la discoteca más espectacular en la que he estado jamás. Desde las 10.30 p.m.
hasta bien entrada la madrugada, actuaciones espectaculares, sublimes, e
imitaciones perfectas se sucedieron ante nuestros ojos, incapacitándome incluso
para darle sorbos a mi bebida durante un largo rato. El Fantasma de la Ópera,
Madonna, Moulin Rouge, Batman, Robbie Williams, Beetle Juice, Queen, James
Bond, Beyonce, Lady Gaga, La Pasión de Cristo, Elvis Presley, los Carnavales de
Río de Janeiro, Tron, Lmfao, Spiderman, La Máscara, una de mis películas
favoritas e imagen del establecimiento, y Michael Jackson, el más grande, mi
gran ídolo. Un lugar donde las minifaldas, los vestidos cortos, la vergüenza y la
tentación vuelan al son de la música y la barra libre, como los especialistas colgados
del techo.
Mañana sabatina de
playa y relajado traslado a Playa del Carmen, ciudad costera igual o más famosa
que Cancún por su encanto, fiesta desmedida y localización pero sin inmensos
edificios a pie de playa. Calles perpendiculares estructuran esta pequeña urbe
para todos los públicos en un enorme compendio de establecimientos de
souvenirs, tiendas, restaurantes, bares y discotecas que distrae y embelesa a
turistas y locales. Todo enfrentado con la dureza de un país donde algunos niños
se ven obligados a pedir una limosna a cambio de un cántico, descalzos, y
perros chihuahua ladran para conseguir unos zapatos nuevos. Negociaciones,
baratas tortas mexicanas y margaritas de sabores para finalizar la jornada de
arrastre.
Maravilloso domingo
de tour completo por más tesoros mayas a precio casi de la época con Easy Tours. Las ruinas de Tulum, por su
tipología y colocación, suponen una de las grandes joyas de toda la Riviera
Maya y del mundo, me aventuraría a decir. Antiguo hogar de la crème de la crème
maya y centro de energía, esta reliquia arqueológica hace las delicias del
visitante con su buena conservación y sus fotografías de postal llenas de contraste
y tonos grises piedra, verde selva, blanco marfil y azul paraíso. Paraíso,
mismo nombre de la playa que, a pocos metros, permite sumergirse en las caribeñas
aguas donde, siglos atrás, lo harían grandes sacerdotes y astrólogos mayas. Previo
a la visita a los restos arqueológicos de Cobá, innecesaria y turística parada
en una comunidad maya y alto en el camino para seguir degustando delicias gastronómicas
mexicanas como la cochinilla pibil. Cobá, una inmensa colección de pirámides en
un enclave selvático más al interior de la península, recorrible a pie o en
bicicleta y coronada por la gran pirámide de Nohoch Mul, la más alta de México,
desde donde su cúspide a cuarenta y dos metros de altura, el sol nos brindó
otra de sus silenciosas bajadas al inframundo.
Ya de vuelta en
Playa del Carmen, música en directo, breakdance callejero de improviso, sabrosos
tacos de pescado con salsa chipotle y piñas coladas en Fah y litros, dejémoslo
ahí, a sesenta pesos en la ruidosa y fiestera Vaquita, en plena calle 12, en la
cual se concentran la mayor parte de las discotecas.
A dieciocho
kilómetros mar adentro y tras cuarenta y cinco minutos de ferry, la tranquila
isla de Cozumel acoge al turista deseoso de paz y actividades náuticas como el
buceo y el snorkel, ya que cuenta con la proximidad al arrecife de coral Mesoamericano,
maravilla natural, sólo superado en longitud por la Gran Barrera de Coral
Australiana. Pacífico bálsamo de agua, recorrido muy especial a caballo entre
selva y paradisíaca playa en entera consonancia con la naturaleza y, ya de
vuelta en Playa del Carmen, unos nuevos y últimos chilaquiles verdes con pollo,
para cerrar el círculo y acabar el viaje casi de la misma forma que empezó.
¿Quién dijo que las
segundas partes nunca fueron buenas? Evitando volver a deleitarme con su gastronomía
y su gente con palabras, México me ha vuelto a ofrecer su mejor cara, su nuca,
su parte menos contaminada, más selvática, sus ancestrales vestigios mayas en
pleno paraíso, lo previamente visto en sus museos, en vivo.
¡Viva
México!
Como el valium para los nervios o el alcohol para las penas, viajar por placer disipa cualquier problema que ronde nuestra cabeza o circunstancia personal que nos provoque dolor, aflija nuestro corazón o amenace nuestra paz interior. De la misma forma, los efectos secundarios pueden aparecer en el retorno, en lo que técnicamente se conoce como síndrome post-vacacional, en medio de ese estado imaginario y transitorio de euforia y pilas cargadas. Entre otros, nostalgia de los lugares visitados, ganas de más y desazón provocado por la obligación de afrontar de nuevo el papel protagonista en nuestra propia obra de puro género comedia dramática, “Vuelta a la realidad”. Un clásico de nuestro cine.
Esperando una nueva película, llena de incertidumbre y de guión indeterminado, me despido de vosotros, viajeros, hasta la próxima.
te he encontrado a través de bitacoras y me ha parecido muy bueno tu trabajo
ResponderEliminarSaludos
Muchísimas gracias por tu comentario.
ResponderEliminarSaludos,
Daniel