Quizás la vida se trate de una hoja en blanco que pintar de los colores más vivos, un gran cúmulo de vacíos que tratamos de llenar, con dispar éxito. Vacíos que provocan ansiedad, desasosiego y tristeza. Pero también de momentos y periodos desbordados de felicidad que debemos aprovechar al máximo. En eso creo que consiste todo. Miami ha dejado un gran vacío en mi interior, difícilmente descriptible. Pero es hora de avanzar. De volver a aceptar mi naturaleza inquieta una vez más y seguir explorando el mundo, mi mundo, de pensar menos y ser más feliz. Así lo dictaminan mis propósitos para el 2014, firmados en una servilleta de papel reciclado en un pequeño bar de mi amado Madrid, en compañía de una d esas personas a las que he echado dolorosamente de menos durante meses y me han mantenido vivo, a la vez que viviendo en dos lugares al mismo tiempo, con el corazón y el alma partidos en dos. El otro filo del arma de la tecnología.
"No conozco a nadie que haya aprovechado tanto como tu su estancia en Estados Unidos" - me comentó en varias ocasiones mi peruana preferida Alessandra, uno de mis grandes apoyos allí. No hablaré en profundidad de personas porque esta entrada no acabaría nunca. Sí de los instantes compartidos con ellas. Reflejaré momentos, escribiré imágenes grabadas en mi retina, intercalaré solitarias referencias a los viajes emocionalmente ya plasmados en este blog, mostraré nombres sueltos, caras y fotografías, haré reseñas a las familias creadas y dibujaré lugares con la mente mientras recuerdo y recopilo lo más cronológicamente posible los quince meses más especiales de mi corta existencia.
Acompañado por Víctor, excompañero de colegio y al que agradezco ese mínimo pero necesario empujón inicial, recuerdo mi segunda noche en el edificio Conrad y otra noche de aquella primera semana en la piscina del complejo residencial que, sin saberlo, se convertiría en mi casa meses después. Una semana en la que vería por primera y última vez a los Heats de los ¡dos minutos! y en la que conocería de forma casual a cinco increíbles personas fuera de la oficina que con el tiempo pasarían a ser algunas de las patas de mi inmensa, florida y casi siempre soleada mesa de comedor. A mi peruana de más arriba, Ale, loca y cariñosa al mismo tiempo, a my german buddy Max, un he-man con corazón muy humano y predilección por lo latino, a la que sería mi genial roomie durante meses, Casilda, chifladamente adorable y generosa, a the hostess with the mostess, Sofi, insultantemente hospitalaria, encantadora parte de una familia de ensueño de la que no podría olvidar a Tani y a Dani, hermana y prima respectivamente, y a Gonzo, artista y personaje por definición, inteligente como pocos, creativo y buena gente, que, a pesar de dejarnos por un tiempo, volvió con un trozo de sueño americano debajo del brazo meses después para mi alegría.
Ese sueño americano que perseguía yo antes de ir, optimista y envalentonado por naturaleza, bocetando un descapotable de la misma nacionalidad y un luminoso apartamento con vistas a la bahía. Tras dos semanas de moteles y un esfuerzo sobrehumano sin respuesta para conseguir automóvil, llegaría inesperadamente a mi casa en Coconut Grove durante los tres meses siguientes, el hogar de lo que fácilmente se podría asemejar a una extraña y mística bruja de solitaria vida y tétricas costumbres, conjeturas con cierto fundamento por otro lado. Una vivienda unifamiliar repleta de energía y objetos étnicos y rodeada de una gran arboleda y fauna tropicales en plena armonía con la misma. El sueño se desmoronaba, el castillo de naipes parecía derrumbarse, mis objetivos se tambaleaban, pero mis ilusiones se mantenían intactas, estaba feliz.
Acompañado por Víctor, excompañero de colegio y al que agradezco ese mínimo pero necesario empujón inicial, recuerdo mi segunda noche en el edificio Conrad y otra noche de aquella primera semana en la piscina del complejo residencial que, sin saberlo, se convertiría en mi casa meses después. Una semana en la que vería por primera y última vez a los Heats de los ¡dos minutos! y en la que conocería de forma casual a cinco increíbles personas fuera de la oficina que con el tiempo pasarían a ser algunas de las patas de mi inmensa, florida y casi siempre soleada mesa de comedor. A mi peruana de más arriba, Ale, loca y cariñosa al mismo tiempo, a my german buddy Max, un he-man con corazón muy humano y predilección por lo latino, a la que sería mi genial roomie durante meses, Casilda, chifladamente adorable y generosa, a the hostess with the mostess, Sofi, insultantemente hospitalaria, encantadora parte de una familia de ensueño de la que no podría olvidar a Tani y a Dani, hermana y prima respectivamente, y a Gonzo, artista y personaje por definición, inteligente como pocos, creativo y buena gente, que, a pesar de dejarnos por un tiempo, volvió con un trozo de sueño americano debajo del brazo meses después para mi alegría.
Ese sueño americano que perseguía yo antes de ir, optimista y envalentonado por naturaleza, bocetando un descapotable de la misma nacionalidad y un luminoso apartamento con vistas a la bahía. Tras dos semanas de moteles y un esfuerzo sobrehumano sin respuesta para conseguir automóvil, llegaría inesperadamente a mi casa en Coconut Grove durante los tres meses siguientes, el hogar de lo que fácilmente se podría asemejar a una extraña y mística bruja de solitaria vida y tétricas costumbres, conjeturas con cierto fundamento por otro lado. Una vivienda unifamiliar repleta de energía y objetos étnicos y rodeada de una gran arboleda y fauna tropicales en plena armonía con la misma. El sueño se desmoronaba, el castillo de naipes parecía derrumbarse, mis objetivos se tambaleaban, pero mis ilusiones se mantenían intactas, estaba feliz.
Tengo grandes recuerdos de esa etapa y de esa zona, memorias solo entendibles y representables en la mente de sus protagonistas. Las bolas en el Biltmore con Gonzalo y su gran swing, los atardeceres de golf, la primera vez en Monty´s, los huevos benedictinos de Le Bouchon du Grove, las visitas a la galería de arte de Nacho, el asombroso concierto de la malaya Yuna y su lullabies, el primer halloween fantasmagóricamente fallido, los paseos de tarde por la marina, mis despertares de hip hop provenientes de la computadora de Alex, en el piso de abajo, la primera gran fiesta de muchas en la más loca, bonita, mexicana y acogedora villa de Miami, dj Humberto, crepes y malabarismos imposibles con una copa, de mano de Leti, incluidos, la primera de dos escapadas a Key West, Colombia, el primer e inolvidable barco de Otto con algunos de los muy grandes y hermanados integrantes del 927 & Co, las mañanas de cheerios y miel con Felicia, la preciosa e independiente felina con apariencia de lince, color pardo y ojos verdes, el desafortunado viaje dimensional junto a Fátima, los whisky wednesdays en Green Street, los penny beer y los Monday tacos nights del Sandbar Grill, la primera aparición en prensa, Puerto Rico, la excéntrica noche de desproporcionadas latas de cerveza en el Santa Barbara Hostel, motos ajenas y pisotones con la rubia más salada, de corazón inmenso alojado en cuerpo pequeño, María, y sus amigas, o el incomparable plan de los Everglades en bicicleta un soleado día de Enero.
Llegó Brickell de forma generosa e imprevista. Con ello las vistas nocturnas desde las zonas comunes, el 600 de Brickell coloreado de morado, verde, rojo y amarillo desde mi ventana, la bahía, las piscinas frías y templadas y los jacuzzis, los paseos persiguiendo caídas de sol a Key Biscayne, solo o acompañado de Lilo, Seb y Fati, las costillas de la encantadora madre de esta última, pilar de una familia ejemplo y en peligro de extinción, las vueltas a Brickell Key y sus miles de perspectivas, mi panorámica favorita, mi devoción por todas las formas del simétrico edificio Icon, los escasos pero inolvidables ratos en su alberca, spa y gimnasio con Mayte, el foro de inversiones, el primer reencuentro y mi primera vez en Nueva York, los gigantes cócteles de Ocean Drive, los ratos de golf, curry y las atemporales y rocambolescas historias de Max, las fiestas de las letras C de Casilda, F de Flower Power, L de Luchador y H de Helicóptero, un nuevo barco de Otto con parte de mi familia allí, para los que sobran iniciales, el Honda Classic en Palm Beach con Tiger y la rubia, un nuevo torneo en Doral con Tiger, Sergio y la más grande, Las Bahamas, el roadtrip a Savannah con mis wasabis y mi hermano de otra madre Oliver, el primer viaje por trabajo a Atlanta, los romances toledanos de Coral Gables, la institucional visita al galeón Sebastián Elcano, México, un nuevo sol de roomie para alumbrar la casa, única, de esplendor contagioso, Cris, Nueva Orleans familiar de nuevo, el primero de varios atardeceres de pasión líquidos con Aaron y Anna en el Hotel Mondrian, las interminables noches en Blackbird y Purdy Lounge, mis elegidos, mi segunda escapada profesional a Denver, la siempre importante visita de la familia biológica, un partido de los Marlins, aquel día infinito de volcar veleros con Javi Chulo y compañía, de pescadito y risas en la bahía de Biscayne, el asfixiante pero relajado día de kayaking y Rusty Pelican con Jesús y parte de su bella familia por la misma bahía, aquel apocalíptico 4 de Julio de descontrolada piromanía, diluvio y tráfico universal y amigos autostopistas, San Fermines y los inmortales miércoles en 100 montaditos, las alitas de pollo de Tobacco Road, aquel concurso de perritos calientes, las lluvias intermitentes y torrenciales, un nuevo y multitudinario barco de Otto con la familia muy aumentada, la gran aventura de Denver a Seattle, lo que consigo acordarme del concierto de Justin Timberlake y Jay Z, los ruidosos vinitos en casa de Ale, iluminados por los reflectantes rascacielos de nuestro barrio, las movidas noches en Mokai y Story, Perú, Barú, mi caminata mañanera, de la que empecé a disfrutar cuando divisé el final, las noches en el Triton, la tardía y única asistencia a un partido de los Hurricanes, el atardecer más azafrán jamás visto, el reencuentro con Laura, la desbocada visita de los mexicanos Juanma y Lander y la disparatada y última de las marchas a Key West, las visitas de mi omnipresente amigo Dani, un último y nocturno barco de Otto, el lado más rapero y alternativo de Miami con Gonzo y Lolo en Bardot, las cervezas y tacos de Wood Tavern, el jazz con queso de Lagniappe, el concierto de "country" en Palm Beach, la maratón de Nueva York, los donuts y los tupperwares de mis madres adoptivas cubanas del publix, los cafés de después de comer y los dulces gorroneados a Nuria sin vergüenza alguna, el bocata de nostalgia de España, las tan necesarias conversaciones sobre cualquier cosa con José y Gonzo en el Red Bar, sus cortos y caseras películas de culto, la comida latina y persa, esos impagables descubrimientos gastronómicos, la emocionante Nascar, el enorme placer de conocer al Príncipe de Asturias, Nueva York y Vermont por un nuevo Thanksgiving, un emotivo hasta luego en Cancún y La Riviera Maya, y, por cerrar la enumeración, la más suave despedida en la olla de agua hirviendo de Purdy Avenue, admirando un horizonte lleno de tonalidades y oportunidades y dando las gracias por los meses vividos.
Está claro que éstos son sólo algunos de los recuerdos de una dulce rutina en Miami; de un trabajo flexible y una familia sana que me han permitido egoístamente centrarme en mi disfrute personal. A veces siento que no he aprovechado lo suficiente, todo solapado por la emoción y excitación de los constantes viajes, lo que peligrosamente me ha dado la vida. Pero no he parado. He gozado lo que el cuerpo me ha dejado. He saboreado el Miami que quería probar. El que está fuera de la playa y las grandes discotecas. Una ciudad que te obliga a optimizar tus niveles de energía, a minimizar el descanso, por su clima, por sus largos y calurosos días gran parte del año, por la enorme cantidad de planes y ocio. Un pueblo grande que te mueve entre cinco reducidas zonas pertenecientes a tres ciudades distintas que suponen los cimientos de la mejor calidad de vida que uno puede pedir, todo rodeado por una impoluta burbuja de irrealidad y despilfarro. La playa, las compras y las discotecas de Miami Beach, la frescura y juventud de Brickell, sus rascacielos y sus residentes, el arte callejero de Midtown, diferente y alternativo, lo hispano y residencial de Coral Gables y la mezcla y buen estilo de Coconut Grove.
Miami, paradisiaca ciudad donde la gente viene, vive y se va pero de la que no se libera jamás, ha sido la burbuja turbocompresora de este blog, origen de mis más salvajes, inolvidables y muy numerosos paréntesis viajeros, fuente de mi a veces desatada inspiración, inicio de verdaderas y eternas, y otras más esporádicas, relaciones de amistad, productor ejecutivo de meses de felicidad absoluta, fiel apoyo en momentos complicados y testigo de las anécdotas e historias más dulces y diversas. Dulce como el sentimiento que deja Miami en mi corazón, fieles como los lazos creados, eterno como el recuerdo impreso en mi mente, desatada como la ciudad en sí misma, inolvidables como los últimos quince meses.
Miami, ojalá vuelvas a mí definitivamente cuando la estrella estabilidad reine en mi vida y los objetivos profesionales, vida personal y paz interior se alineen como planetas rotantes. Mientras tanto, espero verte crecer, seguir ofreciendo tus adictivos atardeceres, mantener tu espíritu latino lleno de vida, equivocarte, quedar sumergido bajo tus propios ladrillos e irracionalidad urbanística y volver a resurgir, porque así lo dictamina tu historia y la sangre que corre por tus impecables y perfiladas venas. Que la cultura, el arte, el pequeño comercio y el buen gusto gobiernen tus acciones y tus multimillonarios proyectos.
Mientras tanto, seguiré persiguiendo atardeceres.
Hasta siempre y hasta pronto Miami.
P.D. Abarcar quince meses de varias vidas en un relato tan corto es un ejercicio muy complicado. De todas formas, tras exprimirme el cerebro cual naranja de zumo, revisar fotografías y analizar en Facebook las amistades con muchos de los protagonistas de este texto, las memorias que he conseguido arrancar de lo más profundo de mi corazón han sido plasmadas aquí tal cual recordadas, con cierto orden y sintaxis. Para mí sería un auténtico placer recibir vuestros comentarios más abajo y os invito a completar esta entrada con las vivencias comunes que retumben, pidiendo paso, en vuestro recuerdo y no hayan sido referenciadas. De esa forma conseguiremos hacer un verdadero diario de Miami digno de recordar, porque que os quede muy claro que ésta no es mi entrada, es la de todos. Muchas gracias.
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