8/15/2014

Noruega, la niña bonita de La Creación


Bajo mi punto de vista, la grandiosidad de una estampa no se mide únicamente por el exotismo o belleza de la misma. Un paisaje deja de ser espectacular y empieza a ser extraordinario cuando la mejor de las lentes, el ojo humano, deja de apreciar la totalidad de sus detalles, se abruma y se siente ínfimo ante tal basto despliegue divino.

Empiezo esta entrada con un ejercicio de memoria fotográfica. Os invito a recordar las imágenes del supuesto edén, las recreaciones animadas de la era en la que los dinosaurios, despreocupados, lejos de su extinción, campaban a sus anchas por asombrosos parajes y traslúcidos valles. A mí constantemente me viene a la mente la misma imagen. Me encuentro a media altura en el extremo de un valle, desafiando el infinito, observando en primera persona cómo las lomas de los valles se van disipando y uniendo a la vez hasta perderse en el infinito, cada vez en una tonalidad más confusa. Un río corre, salvaje, zigzagueando, más abajo. A los lados, centenares de finas y altísimas cortinas de agua cristalina nutren su caudal. El verde, con sus miles de matices, domina la escena, mucho más vivo en las laderas más cercanas y en los fragmentos de parcela que, a orillas del arroyo, el agua no baña. Todo tiene un toque dorado amarronado, un barniz que impregna el fuerte sol al perforar la neblina y reflejarse en la roca, siempre húmeda, como el clima del lugar. Las bases de los cerros se superponen por el propio culebreo de la formación, impidiendo ver sus pies, y parecen sentados cara a cara en una mesa eterna, sin fin.

Cierro los ojos y entonces vuelvo a algunos de los valles noruegos que a continuación muestro, sólo una parte de lo que este más que rico y auto-suficiente país ofrece.




La sorprendente asociación Hispano-Polaca, de recientes pero fuertes lazos, comenzaba su aventura. Una primera y turbia impresión de Oslo a  nuestra llegada, ensombrecida por la oscuridad de la noche cerrada, el sombrío ambiente, las prostitutas en las inmediaciones de la estación principal y el frío, inexistente por otra parte, trato del automatizado hotel City Box. Provisional por otro lado, tras disfrutar de la ciudad el último día, de su inmaculada ópera y sus modernas formas, de los contemporáneos edificios de grandes consultoras que integran el famoso código de barras y del flamante y lujoso barrio de Aker Brygge, antiguo astillero, repleto de sublimes residencias y estilosos restaurantes, negocios, cafeterías y bares y con la presencia del transgresor museo de arte moderno Astrup Fearnley. Contraste en estado puro, con impresionante arte callejero y rincones propios de un genuino embarcadero. Salmón noruego sobre generosa cama de fettuccini y fortísima cerveza local en Jacob Aall, una brasserie más que recomendable.




Desde Oslo, recorrimos el camino entre Bergen y Myrdal en el Bergen Rail, entre bosques y zonas de laguna rodeadas de inmensas rocas grisáceas. Myrdal, necesario transbordo para dirigirse a Flam en el famoso y turístico Flamsbana, el célebre tren que se adentra en las profundidades y hasta el extremo del fiordo Aurlandsfjorden, donde aguarda el diminuto centro neurálgico del turismo de la zona. El trayecto por las antiguas vías a través de lo que podría tratarse de un parque natural gigante se asemeja a una especie de Asturias infinita. Flam, mediocre; sus vistas del fiordo y sus alrededores, alucinantes, realmente incomparables. La paz y el silencio, escalofriantes compañeros.





Tras hacer el check in en el Fretheim Hotel en lo que supuso la locura financiera del viaje, alquilamos unas bicicletas a precio de automóvil, para poner rumbo el sur por la ruta Rallarvegen entre saltos de agua y preciosas y coloridas casas de madera, paralela a los raíles del tren del Flamsbana, saboreando las vistas desde abajo esta vez, hasta llegar a la colosal catarata Rjoandefossen, pasada la cual la creciente pendiente nos haría darnos la vuelta. La recomendación en este caso es clara: más vale descender un desnivel de casi un kilómetro que ascenderlo. Así que, viajeros, si repitiese, Myrdal - Flam lo habría hecho en bicicleta.

De vuelta a la pequeña localidad, tardío atardecer carente de sol, de esos donde el cielo va cerrando los ojos poco a poco, dejando a la luz sus párpados llenos de estrellas. Sentados en una banqueta, creación de alguna artista local, en una colina de su parte trasera repleta de objetos bizarros y creativos, gozamos de uno de esos necesarios momentos de paz, hechizados por ese "algo" que irradian algunos lugares.

Una nueva perspectiva del fiordo se mostraría ante nosotros a la mañana siguiente tras escasos diez kilómetros en bicicleta, en otra jornada multiaventura. Un municipio mucho más atractivo y colorido, asentado en pendiente, con una iglesia ordinaria de interior extraordinario y la cafetería soñada por cualquier amante del buen gusto, Bakeri & Kafe. Sobreesfuerzo en kayak con un objetivo, girar una esquina, ver un nuevo cuadro, un nuevo mundo.



Camino de Gudvangen tomamos el primer ferri. A ambos lados, lo abrupto y majestuoso del paisaje del fiordo Naeroyfjorden se multiplica con el paso de los minutos, en una especie de carretera de curvas pronunciadas, donde los corpulentos barcos parecen micromachines haciendo giros a derecha e izquierda, mientras rocas de mil quinientos metros de altura van desapareciendo, jugando a un escondite de gigantes.





El aparente trámite a Voss en autobús ofreció una de esas vistas que se clavan en la parte más selectiva del cerebro y levantan los más prolongados Ooohhh de los turistas asiáticos presentes. Una carretera de vértigo de comienzos de siglo XIX que desciende casi en espiral puso ante nuestros atónitos ojos uno de esos valles sin fin que se pierden en el horizonte, de los que hablaba al comienzo de la entrada.

En escasamente una hora en Voss, y en las inmediaciones de su estación de tren, desde donde nos dirigiríamos a Bergen, disfrutamos del histórico hotel Fleischer´s, su pradera, su imponente iglesia del siglo XIII, su enorme lago y sus prometedoras pistas de ski.

Un jovial y fiestero Bergen nos recibió generoso con un gran torrente de agua y nos acogió durante unas horas. Un corto paseo por el centro nos sirvió para admirar su preciosa iglesia de ladrillo rojizo y su aspecto bellamente descuidado.

La ruta en nuestro moderno y diminuto Citroën color marfil por el interior del país daba comienzo, la cual especifico más abajo:

Bergen – Kvanndal (ferri) Utne – Odda – Buer (Buarbreen Glacier) – Nesvik (ferri) Hjelmeland – Tysdal Camping – Preikestolen – Forsand (ferri) Lysebotn – Kongeparken Camping – Ergesund – Ogna – Sverd i fjell – Stavanger



Un recorrido inolvidable por una nación sin parangón.



De la tranquilidad de los traslados en ferri y de las carreteras noruegas, idílicas, solitarias y secundarias, a la placentera acción y la siempre necesaria dosis de tensión en las rutas de senderismo por el emocionante glaciar Buarbreen, por la mayor y superpoblada atracción del país, El Púlpito o Preikestolen, y por un asombroso y húmedo paraje del que sólo poseo una referencia, Middagskjerringa Tursti, bien distinto a todo lo visto con anterioridad, a pocos minutos del mirador Nido del Águila, en Lysebotn. 

La primera, la subida al glaciar Buarbreen, de durísima ascensión, larga, hasta la base del mismo, incluso tras escalar con cuerdas por resbaladizas paredes y cruzar rápidos, imperecedera en mi memoria, mi preferida, una sensación de conquista, de autorrealización. 







La segunda, la ruta de ascenso al Preikestolen, la más conocida, algo más corta, de incomparables vistas, pero ruidosa, incómoda, excesivamente turística, hasta el punto de hacer replantearme la leyenda que prevé su desprendimiento tras el casamiento de cinco hermanos con cinco hermanas noruegas y optar por la versión de los preocupados geólogos, al ritmo actual de visitas. 




La tercera, inacabada, sorprendente e intuitiva, sin rumbo claro, con la única compañía y guía de los puntos rojos marcados en algunas rocas. Relajante y místico, como el eco y el reflejo de la montaña sobre aquel lago.




De la libertad y paz de momentos como al inicio de Jossenfjord, insuperable por los efectos embriagadores de la bella a la par que dramática neblina, por los elegidos e iluminados valles previos a Jorpeland, desde el ferri a través del fiordo Lysefjorden avistando El Púlpito desde abajo, minúsculo, las casas imposibles, los valientes saltadores o la roca increíblemente sujeta y suspendida en el acantilado de Kieraj, o por los parajes al sureste de Lysebotn, rocosos y repletos de ermitaños lagos, provocadores de sensaciones de inmensidad únicas, al nerviosismo de avanzar kilómetros y kilómetros sin encontrar alojamiento y la incomodidad de dormir en el coche en el camping de Kongeparken o montar una tienda de campaña, gracias a la destreza polaca, con la única iluminación de las estrellas y el iPhone en el de Tysdal.







Últimas paradas en Egersund para ver su histórica concentración de casas de madera y desayunar en su estiloso Mocca Kaffebar, en las verdes playas del Mar del Norte pasados Ogna y Brusand, con gran recibimiento del reino vacuno y en Sverd i fjell, las tres imponentes espadas vikingas que dan la bienvenida a Stavanger, una de las ciudades más importantes y turísticas del país, una capital dividida en dos: un centro alternativo, artístico, fresco, en cientos de tonalidades y un casco antiguo blanco, empedrado, como un jardín recién nevado ganador de un concurso. Un restaurante, Thai Cuisine, un espectacular restaurante tailandés con evidentes influencias locales. La cerveza local del viaje, Ringnes.











Y una de las pocas cosas que faltaban para cerrar el círculo y completar un gran viaje para el recuerdo, dormir, como un lirón, en las cabinas del tren de vuelta a Oslo.

Mi debilidad por las acuarelas naturales me ha hecho abordar el texto de esta manera, abriendo mis sentidos al máximo, porque, sinceramente, siento haber vuelto a ser testigo de cosas muy excepcionales y haber rozado el paisaje perfecto, la niña bonita de la creación, con las yemas de mis afortunados dedos.


Hasta muy pronto viajeros. Me volveré a dejar guiar por las estrellas en la próxima entrada.

Thanks Polish ;)


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