Durante años he sentido la
necesidad imperiosa de ascender al pico de la montaña abanderada de Marbella,
que la embellece y la ayuda a tener un clima casi único en el mundo.
Lo he perseguido pasivamente
hasta que las circunstancias de un soleado sábado de invierno, con el sol y la
luna de testigos al mismo tiempo, me marcaron el camino. Un camino que comienza
en el Refugio del Pinar, a pocos kilómetros de Ojén, de dificultad moderada en
su parte media y final, diversidad extrema y belleza sobrecogedora.
Un recorrido lineal de unas cinco
horas entre ida y vuelta, capicúa, en el que el olivo da al bosque de pino y
helecho y este a las laderas verdes que acaban en un mar infinito y brillante
que aquel día no parecía mar, más bien un espejismo carente de tonalidad azul
alguna.
Sólo el desfiladero del salto del
lobo y la ausencia de un sendero marcado en la aproximación a la cima no hacen
apta esta ruta para todos los públicos, si para todos los aventureros. Una
aventura donde el paraíso espera más abajo.
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