Los grandes viajes suelen ser una
acumulación de detalles, sensaciones y momentos lejos de nuestra casa, nuestra
rutina y de lo que, voluntariamente, nos ata al día a día de nuestra cotidiana
existencia.
Tailandia y Camboya pasan a
engrosar una lista de países y lugares visitados que crece algo descontrolada
y, dependiendo del día, con o sin razón de ser, a la espera del zarpazo
definitivo.
Con el afán de eternizar los
recuerdos y compartir mis experiencias, las notas volvían a formar parte de
este frenético viaje. Uno no elige cuando tomarlas, fluyen, se escupen en la
libreta, siempre a mano, en una gélida furgoneta rumbo a Ayutthaya, en un
tuk-tuk por las bacheadas carreteras que atraviesan los Templos de Angkor, en
lo que llega la orden en un restaurante hindú en Ao Nang, en un abarrotado
barco camino a Phi Phi Island, en una de sus idílicas playas del sur, en una
habitación de hotel cuando el cuerpo parece no dar más de sí o en la soleada
cubierta de otro barco de regreso a Krabi.
Por la extensión del viaje y la complejidad de comprimirlo en un texto agradable y útil, he creído conveniente hacer un listado de imprescindibles. No sólo lugares, también momentos y actividades que han tatuado esta ruta con tinta invisible en algún lugar de mis resentidas piernas. Indicaré lo que, fresco como un pez recién pescado, viene a mi mente en cuanto cierro los ojos y vuelvo atrás.
Bangkok (Tailandia) 4 días
(excursión a Ayutthaya de 1 día). Hotel Baan Manusarn.
AVIÓN A:
Siem Reap (Camboya) 3 días
(Templos de Angkor 2 días). Hotel Angkor Pal Boutique.
AVIÓN A (con escala corta en
Bangkok):
Chiang Mai (Tailandia) 3 días. Hotel Bed andTerrace Guesthouse Chiang Mai.
AVIÓN A:
Krabi (Tailandia) 2 días (zona de
Ao Nang). Hotel Princeville Resort.
BARCO A:
Phi Phi Island (Tailandia) 4 días
(excursion a Phi Phi Leh de 1 día). Hotel Papaya Phi Phi Resort.
BARCO A:
Krabi (Tailandia) 1 día (ciudad).
Hotel Lada Krabi Residence.
BANGKOK, TAILANDIA:
- Los templos en la capital de
Tailandia se cuentan por cientos, miles si incluimos los diminutos y
rudimentarios lugares de oración que los tailandeses levantan en cualquier
lado. Pero si tuviese que elegir uno me quedaría con el Wat Pho o Templo del
Buda Reclinado. Su gran atractivo no sólo reside en el Buda de 43 metros que,
tumbado de lado, relajado, recibe a los visitantes, sino también en los
alrededores de su templo principal, donde el sencillo recorrido te adentra en
un mundo de coloridas pagodas, blanco impoluto, relucientes ornamentos,
silenciosos patios y pintura viva del que cuesta salir.
- En una visita a Tailandia probaréis
varios Pad-Thai, quizás el plato más típico del país, una base de tallarines
con pollo o gambas, verduras varias, brotes de soja, cacahuete molido y picante
a discreción del consumidor. Acertaréis con algunos y desearéis no haber pedido
otros. Mi primero, como caído del cielo casi recién llegado a la ciudad, fue el
mejor y el más barato. En la calle Khao San, famosa por su actividad comercial
y ambiente mochilero, entrando por Chakrabongse y en las puertas del primer Seven-Eleven
que aparece, se levanta un puesto callejero de platos rápidos y tradicionales,
sin pretensiones. Por algo más de 1€ nos deleitamos con una de las grandes
delicias tailandesas. Si ya se acompaña de alguna cerveza rubia local como Leo,
Singha o Chang, mejor que mejor. Porque Tailandia (y Camboya) también es el
paraíso para los amantes de la cerveza suave. Muchas caerán, sin riesgo de
equivocarse esta vez.
- El cotidiano y simple hecho de
moverse en transporte público por la capital de Tailandia es una aventura
adictiva. Taxis, tuk-tuks chillones y autobuses arcaicos se entremezclan con
medios de transporte privados en un caos ordenado y relativamente silencioso
considerando el volumen de tráfico que tapona y satura la ciudad en una especie
de hora punta continua. Sólo el water-taxi que navega el río en ambas
direcciones permite disfrutar de la tranquilidad que ofrece la fresca brisa que
asciende de las marrones aguas del río Chao Praya. Desde el muelle de Thewet,
donde se situaba nuestro modesto pero espléndido hotel, el Baan Manusarn,
surcamos sus aguas en un par de ocasiones hasta la parada de Tha Chang. Una
inigualable y privilegiada manera de observar el Gran Palacio y el Wat Arun en
la distancia, grandiosos.
- La fruta forma parte de la
cultura tailandesa. La gente la consume constantemente y también forma parte de
las ofrendas a los Budas que habitan los templos. Por ello, probar las exóticas
frutas que, ya cortadas, se ofrecen en puestos callejeros en cada esquina, es
una obligación para los paladares más dulces.
- Bangkok es una ciudad de
ciudades. La ciudad vieja, donde descansan los grandes templos, convive con su
vertiente moderna y tradicional al mismo tiempo, donde centros comerciales y
rascacielos se mezclan con el Bangkok más residencial y profundo. Dentro de
esta plétora cultural, Chinatown podría considerarse otra urbe. Las
aglomeraciones, los laberintos de mercados y bizarras galerías y los olores se
multiplican por arte de magia china. Una visita muy recomendada para olfatos y paladares
preparados y amantes de la cultura.
- Los masajes de pies o al estilo
Thai en Tailandia son el gran atractivo para el turista occidental, por sus
irrisorios precios y por la fuerza y destreza que aplican las masajistas
locales. Un local de una bocacalle vecina al centro comercial Robinson, cerca
del muelle de Sathorn, nos protegió del aguacero propio del monzón y relajó
nuestros músculos y sentidos tras un intenso día de turismo.
- No se puede abandonar esta
megaurbe sin verla en plenitud, en todo su esplendor, en perspectiva desde lo
más alto. El bendito wifi y la improvisación nos llevó a un atardecer en Cloud47, un rooftop de reciente apertura, en uno de los ejes comerciales de la
ciudad, Silom Road, de ambiente informal y distendido, música en vivo y precios
razonables. Pero lo más importante, perfecto para ver el impresionante
horizonte de edificios, hacerse una idea de la magnitud de la ciudad y observar,
boquiabiertos, de igual a igual, la torre más espectacular y pixelada de la
ciudad, una auténtica obra maestra de la arquitectura moderna que destaca sobre
todo lo demás.
TEMPLOS DE ANGKOR, CAMBOYA:
- La única referencia histórica que
haré en este apartado será para alabar la labor del Imperio Jemer entre los
siglos IX y XV. Una infinidad de templos con arcos de entrada y salida a otra
dimensión; un legado histórico de valor incalculable que sigue cautivando a las
grandes superproducciones cinematográficas. La magnitud de estas obras sólo es
comparable a otras maravillas del mundo y la celeridad con la que se
construyeron, su estado de conservación en algunos casos y su convivencia con
la naturaleza más salvaje sólo le suman misticismo y grandeza a este rincón
mágico del planeta. Lo que se siente al tocar los grabados en la piedra, cruzar
las ruinas, atravesar los verdes campos que las rodean, toparse con una puerta
sellada o admirar el caprichoso rumbo de las raíces de los árboles que tienen
la suerte de habitar allí es algo difícil de explicar.
Lo recomendado e imprescindible
es dedicar dos días enteros a recorrer la zona y repartir este tiempo entre el
circuito largo, que recorre los templos de Banteay Kdei, Pre Rup, East Mebon,
Ta Som, Neak Poan Khan, Prasat Khan y Angkor Wat, y el corto, que discurre por
Bayon y sus magníficos alrededores, Thommanom y Chau Say Thevoda, Ta Keo, Ta
Nei, Ta Prohm, Phom Bakheng y Angkor Wat de nuevo.
Si tuviese que elegir, me
quedaría con las primeras impresiones y expresiones de incredulidad en Banteay
Kdei, las infinitas caras ocultas de Bayon, la soledad de Ta Nei y la
majestuosidad de Angkor Wat, y evitaría los prometedores y multitudinarios
atardeceres.
CHIANG MAI, TAILANDIA:
- En Tailandia, el elefante es un
animal tan sagrado y venerado en la vida espiritual como maltratado en la real.
Muchos son privados de su libertad desde que nacen y utilizados para entretenimiento de turistas y trabajos
forzosos, prácticas que les acaban mermando psicológicamente y, en ocasiones, causando
daños físicos irreparables. En el Elephant Nature Park encontramos un santuario
para estos gigantescos mamíferos de piel gruesa y mirada tierna. A dos horas al
norte de Chiang Mai, en un entorno selvático idílico, en una verde explanada
delimitada por colinas y un rio y en una especie de safari semiprivado,
compartimos con ellos un rato de su nueva vida, arrebatada durante un tiempo,
comprendimos su historia, su fisonomía y sus costumbres, les alimentamos y
bañamos y les vimos disfrutar de su libertad y convivir con perros, gatos y
cuidadores.
- Mi reciente incorporación al
mundo del boxeo me llevó al borde del cuadrilátero del Kalare Boxing Stadium
para disfrutar de una recomendable velada de Muai Thai. A pesar de las diversas
opiniones leídas en internet, fuimos testigos de cinco peleas muy distintas en
peso, sexo, edad, intensidad y calidad técnica y muy dignas, con grandes golpes
y knock-out incluido en la pelea estrella. El mercado adyacente al estadio, que
limita también con el de Anusarn, sació con sobresaliente nuestro apetito con
un nuevo Pad Thai y una especiada salchicha de Chiang Mai con arroz.
- Perderse en un sueño nipón por
las tranquilas callejuelas del cuadrado amurallado del centro de Chiang Mai es
tan imprescindible como alquilar una pequeña scooter y serpentear las colinas
al oeste hasta lo más alto y profundo, rumbo al espectacular templo Doi Suthep
y al rural aunque turística e incómodamente explotado Hmong Village. Un paisaje
único; una muy primeriza y emocionante aventura para mí; verdadero picante, y
no la omnipresente guindilla de la cocina tailandesa.
- A la salida de Chiang Mai, por el
mismo camino que lleva a los lugares del apartado anterior, la entrada a las
cataratas Monthathan aparece discreta a la derecha; la entrada a un recorrido
circular por el edén más bien; un trail sencillo y visible, aun sin
señalización, a través de preciosas cascadas, vegetación invasora y puentes
caídos; una vuelta sobre nuestros pasos a escasos minutos de acabar, por
desconocimiento y por las recientes experiencias en Tenerife.
- El hambre, algo de estudio previo
de la zona, la casualidad y la buena suerte nos llevaron a Kao Soi Nimman, un
restaurante especializado en el sabrosísimo plato típico del norte del país que
le pone nombre, una sopa ligeramente picante a base de curry, fideos fritos y
pollo o gambas. El apellido corresponde con la zona donde se sitúa, cool,
universitaria y comercial.
- Gastronómicamente, Chiang Mai se
adapta perfectamente a todos los estilos, bolsillos y escrúpulos. Con especial
cariño guardo en la memoria el mercado callejero de Bumrung Buri, al sur de la
muralla, el interminable y delicioso smoothie de mango y fruta de la pasión del
restaurante Pakhinai, el pollo rebozado crujiente con salsa de tamarindo en
Dash, un concurrido local de comida internacional, y los largos ratos
trasteando y alucinando en los Seven-Eleven que se reparten a lo largo y ancho
del país.
- Aunque en parte derruido, el
templo Wat Chedi Luang y sus templos colindantes forman un complejo de belleza
sin igual en la ciudad. El pequeño santuario que da la bienvenida al visitante,
de acceso exclusivo para hombres, el único tan restrictivo a este nivel que nos
cruzamos en todo el país, es un auténtico y colorido milagro salido de los
pinceles de genios anónimos. El otro lugar de culto religioso que destaca
sobremanera es el Wat Phan Tao, de madera oscura e interior mucho más acogedor.
AO NANG – RAILAY BEACH, TAILANDIA:
- En el extremo de la playa de Ao
Nang, ya en la base de los acantilados, un espectacular camino de tablones de
madera y sacos de tela se adentra en la selva, bordeándolos y ofreciendo vistas
turquesas de reojo, hasta la paradisíaca playa de Pai Plong, hogar de un único
resort de lujo.
- En la misma parte de la playa de
Ao Nang, mesas y sillas viven en plena playa, con permiso de sus dueños, varios
bares afortunados. Sin duda, se trata del lugar perfecto desde el que enfilar
la caída del sol.
- El triángulo formado por las
playas de Railay West, Railay East y Phra Nang conforman un universo mágico, casi
ficticio, donde la arena blanca abraza los rocosos acantilados verticales
repletos de vegetación, que parecen flotar misteriosamente sobre el mar. La
primera en particular, cuando el sol la embellece, permite sacar las
fotografías de postal y de rigor de las tradicionales barcas tailandesas y sus
proas, que se balancean suavemente sobre las aguas cristalinas.
- Escondido, en el camino que une
las playas de Railay East y Phra Nang, entre familias enteras de monos y
milenarias estalactitas y estalagmitas, aparece el abrupto, pedregoso y
resbaladizo comienzo de la subida al viewpoint o mirador de Railay Beach. Ganas
y moderadas habilidades primates durante escasos treinta minutos son
suficientes para alcanzar el punto con las mejores vistas de la pequeña península.
Una dosis extra de valentía o imprudencia permite descender a una laguna azul
intenso que se oculta en lo profundo de la jungla. Tendré que dejar la visita
de esta última para mi vida próxima.
- Con ilusión poníamos rumbo a Poda
Island, la isla más grande de las que se divisan alineadas en frente de la
playa de Ao Nang. El soleado horizonte y una sosegada travesía parecían
prometer cuatro horas de sol, arena blanca, aguas turquesas y soledad. Pero,
como el mar, el monzón es, en ocasiones, cruel y siempre imprevisible,
reduciendo esas horas en gran parte para dejarnos escasa media hora para
disfrutar del islote en su mayor esplendor. Aunque insuficiente, aquí una
muestra de porqué merece una visita, previo pago de 400 baths con dudoso
destino.
- Repetir restaurante no cuesta
trabajo cuando encuentras el mejor de la zona. La extraordinaria cocina hindú
de Zaika y la amabilidad de sus empleados superaron con creces cualquier
expectativa.
PHI PHI ISLAND, TAILANDIA
- Sin poder olvidar la realidad y
las deficiencias de Phi Phi Don, un paraíso sobreexplotado para monos y
turistas desfasados con una gestión muy deficitaria de sus residuos,
representada en las bahías de Duluan y Loh Lana y en los alrededores de las
escondidas casas de los locales, el camino desde Tonsai a Long Beach y su
continuación, si quedan fuerzas, al palmeral de la bahía de Moo Dee, es el gran
paseo de la isla, a través de idílicas playas y solitarios y salvajes hoteles
compuestos por cabañas.
- El mirador o viewpoint de Tonsai
en Phi Phi Don ofrece la mejor panorámica de la isla, tras cruzar Tonsai y
ascender una buena ración de escaleras que se ocultan en la colina. Al
atardecer, las dos bahías que comprimen el centro de la isla y los
impracticables riscos al fondo conforman una estampa única, mágica como pocas.
- El tour a Phi Phi Lee, el islote
más al sur, famoso por ser el plató de la famosa película La Playa, en la que
el galardonado actor Leonardo Di Caprio pierde la cabeza, tuvo dos grandes
momentos que difícilmente olvidaré y que, sin duda, pasarán a la lista de
grandes experiencias de mi vida. El primero, la vueta a la Laguna de Pileh y el
posterior snorkel rodeado de infinitos peces de colores amarillo y plata
brillantes. El segundo, esas dos horas en la casi desierta playa de la Bahía de
Maya con un sol deslumbrante, como tratando de convertir el abrazo de los
acantilados en algo todavía más personal, más íntimo, más eterno.
KRABI TOWN, TAILANDIA
- Una parada en la genuina ciudad
de Krabi, mucho más local, aunque sea técnica, bien merece armarse de valor, provisionarse
de agua, subir las escaleras del céntrico Wat Kaew Korawaram, visitar el Tiger Cave Temple o Wat Tham Suea a las afueras y ascender a lo alto de la
montaña que alberga la gigante estatua de Buda. 1260 escalones de sudor,
sufrimiento y orgullo para despedir, desde el cielo, un gran viaje, un gran
país.
Hasta aquí, lo que he considerado
imprescindible de un viaje a lo más profundo de mis instintos conocidos, de
mucha organización con la ayuda de la aplicación móvil Sygic Travel, de
sensaciones, apreciaciones, olores y contrastes.
Por un lado, Tailandia; el país
devoto de su rey y su reina, enmarcados en cada esquina, y de los budas
solitarios y alineados; de las sonrisas y las desinteresadas y sabias
explicaciones pero también de la negociación y el pequeño pero constante timo
al turista; del olor nauseabundo, a especias y a perfume en partes iguales y
donde los monjes se entremezclan con la gente y la paz, la armonía y el aire
fresco de los ventiladores reinan dentro de los templos.
Ayutthaya, antigua capital del
Reino Siam y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, merece una corta visita.
Pero para su actual capital, Bangkok, indescriptible en unas líneas, harían
falta cuatro vidas y no cuatro días para conocerla. Sus infinitos templos; su
gastronomía en la calle, desde las deliciosas brochetas de cerdo y helados de
coco a los repugnantes insectos, y a orillas del río, como en Steve Cafe & Cuisine, un acogedor restaurante escondido en una preciosa callejuela cerca del
muelle Thewet; sus bocacalles, siempre sorprendentes, la hacen inexplorable en
su totalidad; su frenetismo parece cogerte en volandas y arrastrarte con los
pies en el aire, sin posibilidad de frenar (muestra de ello, sólo hay que darse
un paseo por Chinatown, su barrio más loco, o por los alrededores del mercado
de Patpong, donde sólo las minifaldas y los neones de la superficie sirven para
hacerse una idea de lo que se cuece por las noches en esta parte de la ciudad y
que representa, junto con imágenes en otras zonas del país de señores mayores
de conciencia jubilada, cerveza tailandesa en una mano y tailandesa a secas en
la otra, los tristes y turbios motivos que hacen mundialmente conocido este
rincón del globo).
Su capital turística del norte,
Chiang Mai, a pesar de las puntuales inundaciones y un muy desagradable
episodio de violencia extrema entre transexuales del que fuimos testigos desde
nuestra ventana, es más ordenada y recogida, llena de imprescindibles, uno de
los verdaderos tesoros de Tailandia, sin duda.
Por otro lado, Camboya, rural,
servicial, cotidiana en cuanto se abandonan los hoteles y las calles
principales, donde la gente sobrevive con lo mínimo, la televisión se ve en la
trastienda, se duerme en tumbona, las vacas son flacas por naturaleza, los
niños casi no alcanzan los pedales de sus bicicletas, los pequeños ríen, la
comida se prepara en la calle y se lleva en bolsas de plástico y la gasolina se
vende en botellas de plástico o cristal al borde de las carreteras.
Su capital turística y base para
visitar los templos de Angkor, Siem Reap, y en particular Pub Street y sus
alrededores, es, con excepciones, un auténtico gancho para el mochilero que se
resiste a salir de su burbuja occidental.
Con este dos por uno complicado
de escribir, sin palabras ya, desde otro avión y pensando en los siguientes, me
despido viajeros, con un nuevo vídeo que podéis disfrutar en el siguiente link.
Como siempre, hasta la próxima.
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