Hay destinos que se cruzan en
nuestro camino durante unas horas pero aun así merecen especial mención.
Con la única ropa que nos quedaba
limpia de Tailandia, al menos a juego con la riñonera y tras haber abandonado
nuestro hotel en Krabi 48 horas antes, llegábamos a Zúrich, la capital
financiera y del lujo suizo, en un día espléndido, dispuestos a quedarnos, en
escasas seis horas, con una ligera idea de lo que la ciudad podía ofrecer. Y
creo que lo conseguimos, eso sí, estética y totalmente fuera de lugar, sólo
consolados cuando algún grupo de españoles con mismo origen y destino, ojeras y
pantalones con estampado de elefantes se cruzaba en nuestro camino.
Desde la estación central, a
pocos minutos en tren del aeropuerto, hasta el lago Zúrich, deambulamos por la
ruta que recomienda la oficina de turismo local a ambas orillas del río
Limmat, a través del impoluto casco antiguo en miniatura.
Si bien es cierto, veníamos de un mundo radicalmente opuesto, pero sorprende el silencio, sólo roto por las conversaciones de turistas y locales y los potentes relinchos de los caballos de los motores de los bólidos de lujo que inundan el centro de la ciudad.
Si bien es cierto, veníamos de un mundo radicalmente opuesto, pero sorprende el silencio, sólo roto por las conversaciones de turistas y locales y los potentes relinchos de los caballos de los motores de los bólidos de lujo que inundan el centro de la ciudad.
En una especie de vacío temporal
mañanero, atravesamos Niederdorf, más activo de noche al parecer, hasta
Grossmünster, la catedral y símbolo de la ciudad, de fotogénicas par de torres y
puerta de entrada, cuna de leyendas y hogar de las impresionantes vidrieras de
Sigmar Polke y del lugar más antiguo de la pequeña urbe, su cripta, que data
del año 1107. A sus espaldas, continuamos rumbo al lago, previa parada en
Sechseläutenplatz y su inmaculada ópera. Tras una rápida cabezada al borde del
lago, con el chapoteo de los patos, el melódico tintineo de los mástiles de los
veleros y el graznido de las ocas de fondo, cruzamos el río hasta Bürkliplatz
para dirigirnos a la iglesia de Fraumünster y la vecina Bahnhofstrasse, la
calle más exclusiva de la ciudad, donde contrastamos con los relucientes escaparates
de las relojerías. Nos colamos por la colorida Augustinergasse hasta la iglesia
de St. Peter, cimentada en el siglo IX y con uno de los relojes más grandes de
Europa. Sin perderlo de vista, Lindenhof, la siguiente parada, es un oasis de
origen medieval en pleno casco histórico donde disfrutar de una de las mejores
vistas panorámicas del río Limmat y su margen opuesto. Bajando por la vía
empedrada hacia el río, los pasadizos pegados al mismo y los idílicos comercios
marcan el camino hasta, un poco más adelante, despertar del agradable sueño
suizo que despedía un verano inolvidable, no sin antes deleitar al paladar con
un delicioso frankfurt de precio razonable y con vistas al lago en Sternen
Grill.
Exprimiendo la vida y las horas me despido viajeros, una vez más, hasta la próxima.
Exprimiendo la vida y las horas me despido viajeros, una vez más, hasta la próxima.
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