Empiezo a sentir que cada vez que
escribo lo hago con un bolígrafo flojo de tinta y lleno de aire comprimido,
demasiado comprimido. Palabras que quizás ni yo entienda dentro de un tiempo,
pero que ahora rechinan con fuerza. Frases que salen con dificultad, con ayuda
de una bombona casi a estrenar. Este sentimiento parece disiparse en lugares paradisíacos y retirados donde, por momentos, me encuentro conmigo mismo.
Así ha sido mi nueva visita a
Tenerife y la primera a El Hierro, mi preferida desde hoy, por autosuficiente,
por conectada, por detallista, por sus cuidados miradores, sus impresionantes
charcos y sus impolutos fondos marinos, por detallista, por sorprendente, por
pequeña y diversa y por La Restinga.
Una isla más, una menos, una
restante para licenciarme en ciencia canaria.
Para una escapada de tres días,
recomendaría sin duda hacer base en La Restinga y dividir la isla en tres zonas
bien diferenciadas, donde destacaré y engrandeceré lo que realmente permanecerá
conmigo siempre.
En la primera, al sur de la isla,
la pinocha caída del Mirador de Las Playas da paso a los cráteres solitarios
próximos a la localidad de La Restinga. Sus pocas calles, sus aires marinos y
su puertito huelen y saben a océano. Su rompeolas da la tranquilidad necesaria
a las aguas de su playita y a las pequeñas cuevas adyacentes, que bufan en paz,
y permite disfrutar de largas sesiones de snorkel en alta definición.
El mar de
calmas, una línea perfectamente definida en el gran azul, separa el bravo mar
del bálsamo de Tacorón, una zona idílica de charcos para pasar un buen rato con
unos camarones y un Nestea mango-piña.
En la segunda, en el centro, noreste y este de
la isla, los Miradores de Jinama y de la Peña cogen protagonismo, ofreciendo
inmejorables vistas de la gran hondonada que la configura, al igual que el de
la Llanía, que además, para acceder a él, nos obliga a cruzar un bello paraje
de laurisilva, donde las hadas, como los rayos del sol, aparecen y se ocultan
entre las ramas.
El árbol Garoé, símbolo de los aborígenes herreños y cuna de leyendas protagonizadas por conquistadores y princesas bimbaches de preciosos nombres, también oculto por la neblina, pone el punto mágico y místico a la visita.
Desde lo alto, el Pozo de las
Calcosas y su aldea despoblada se mimetizan a la perfección con la roca betún.
Desde dentro, un intrigante escenario de película de terror abierto al salvaje
océano cobra vida relativa. La nube que teníamos encima seguía tiñendo de gris
el arcoíris de colores que debería haber desprendido el Charco Manso a nuestra
llegada. Por ello, exploramos la zona del arco a su derecha, repleta de
charquitos más pequeños y cuevas.
La Caleta y Tamaduste, con su
precioso y relajado entrante de mar, calmaron los nervios previos a mi primera
inmersión de buceo o bautismo. En el Puerto de la Estaca, al refugio del
oleaje, bajé, junto con mi instructor Miguel, hasta los ocho metros de
iniciación, hasta el comienzo de ese mundo en paz en tonos grisáceos, verdes y
azules donde el tiempo se ralentiza y lo único que se escucha es nuestra
respiración.
Por último en esta zona, Las
Playas ofrecen las mejores vistas de los precipicios, riscos y barrancos
multidimensionales. En los pocos metros cuadrados que componen el grandioso
arco del Roque Bonanza me sentí, por minutos, como un náufrago en mi propio
islote paradisíaco.
En la tercera, al norte y oeste
de la isla, Punta Grande y su famoso y diminuto hotel precede, de este a oeste,
a La Maceta, al Charco Azul, al Pozo de la Salud, al Malpaís, a la Playa del
Verodal, al Monumento del Meridiano Cero, al Faro de Orchilla, al Santuario de
Nuestra Señora de los Reyes, al Sabinar y al Mirador del Julán, en un recorrido
por muchas de las grandes estrellas de la isla, como en un Paseo de la fama
herreño.
El emplazamiento del Charco Azul y sus dos piscinas naturales, más propias del edén, la soledad más absoluta, única y reconfortante en la Playa del Verodal, la conversación con una generosa local devota de la Virgen de los Reyes en su idílico santuario a pies del sabinar y su icónica y retorcida sabina y el horizonte azul desde el Mirador del Julán marcaban mi retina a fuego con un hierro incandescente.
El emplazamiento del Charco Azul y sus dos piscinas naturales, más propias del edén, la soledad más absoluta, única y reconfortante en la Playa del Verodal, la conversación con una generosa local devota de la Virgen de los Reyes en su idílico santuario a pies del sabinar y su icónica y retorcida sabina y el horizonte azul desde el Mirador del Julán marcaban mi retina a fuego con un hierro incandescente.
Ya de vuelta a Tenerife, con base en el Puerto de la Cruz esta vez, sólo
haré referencia a la búsqueda fallida de tortugas en la Playa del Puertito de Armeñime y al gran descubrimiento de la cala hippie de Diego Hernández, ambas en el sur, y a una ruta que perseguía hacer hace tiempo, la ida a pie de
Igueste de San Andrés a la Playa de Antequera y la vuelta por barco. Sin senda
marcada comenzábamos la aventura, aun inconscientes de lo que se avecinaba. Un
errático giro y la sucesión de prometedores puntos blancos pintados en la roca
durante un largo rato nos adentraron en plena cordillera de Anaga, en vez de
ponernos rumbo a la Playa de Zápata descendiendo su barranco, parada previa
obligada. Al mantener casi en todo momento en el horizonte la punta que
embellece la Playa de Antequera, no nos importaba subir, pero la situación se
tornó complicada hasta extremos que no imaginábamos, que sólo nosotros
conoceremos y cuyos detalles me resultaría imposible describir aquí. Cual
cabras, entramos en modo supervivencia y nos arrastramos por veredas,
agarrándonos a piedras, riscos y lechosas pencas por igual durante horas, siete
horas para ser exacto. Ya en el propio barranco de Antequera, tras superar dos
profundas pozas lisas de aguas verde fosforito que parecían marcar el fin de
una historia de alternativa más que indeterminada, llegábamos a la playa,
exhaustos, sedientos y arañados, pero con esa dulce sensación de habernos
superado hasta límites que desconocíamos. Sólo quedaba de la grandiosa Playa de
Antequera, de la generosidad venezolana y de un refrescante viaje de vuelta a
Las Teresitas en water-taxi.
Hasta aquí puedo contar de una
nueva aventura canaria que ha vuelto a dejar marca. Este verano buscaba
reciclarme, mostrar algo más dinámico más allá del estudiado texto y las
estáticas fotografías. Con un nuevo destino llega mi canal youtube y un primer
vídeo resumen. Pinchad aquí para verlo.
¡Hasta la próxima viajeros!
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