6/08/2015

Lanzarote, un año después


Hace justo un año mi Tenerife y La Gomera deleitaban mi más puro sexto sentido explorador. Comenzaba un año inolvidable, de descubrimiento, ilusiones, corazonadas, sueños, aprendizaje, esperanza, viajes, cambios y grandes apuestas.

Aún sueño despierto con el día en el que me declare conocedor de todas y cada una de las islas canarias, pero Lanzarote, reserva de la biosfera y la más volcánica de todas, es única en su especie, una reunión de lugares magníficos.



Las tranquilas playas de arena blanca al sur, como Playa Mujeres o la de Papagayo.


Los macizos rocosos de Los Hervideros, el legendario Charco verde de Los Clicos, las salinas y las largas playas expuestas al viento, como la de Famara, al oeste.







La pacífica influencia de César Manrique en el Mirador del Río, los acantilados y la Isla de la Graciosa, al norte. Una isla a media hora en ferry de Orzola, una mujer con la estatura adecuada, virgen, con ligeras curvas que le aportan feminidad, de carácter desierto, árido y con un hermoso secreto que esconde en sus adentros tras una hora y media de paseo, la Playa de Las Conchas, quizás la más espectacular y paradisiaca en la que hay estado, ancha, salvaje, de dunas de arena color marfil, aguas cristalinas y un fondo magnífico, con Alegranza nítida en el horizonte.











El puerto de Arrecife con su barco oxidado y encallado, ajeno ya a las mareas, y su Castillo de San José.




La belleza paisajística, el original jardín del millón de cactus y los tubos volcánicos de los Jameos del Agua y la Cueva de los Verdes, al Noreste.










Los dulces, negruzcos y originales viñedos de La Geria, en el centro de la isla.


Los grandes y emocionantes momentos canarios, ya para el eterno recuerdo. El codiciado appletiser, las lapas y el pulpo más delicioso y fresco con papas arrugadas y mojo acompañados por locales en el Bar La Piscina “Pichón”, en Punta Mujeres, muy cerca de los turísticos Jameos, el bocadillo de pata con zumo de pera-piña y una empalagosa pachanga para desayunar en la Pastelería Lolita, en San Bartolomé o el relajante refrigerio alejados de todo en un restaurante de Playa Quemada, rodeados de gatos y de ese verde tan característico de las islas.






Y la excepcional región de Timanfaya, donde una inimaginable concentración de volcanes ha creado un paraje en el que se puede apreciar como la tierra tomó la palabra, rabiosa, hace siglos y millones de años, inundando de lava la mitad del islote, resquebrajando la superficie y dejando la inhóspita estampa lunar de lo que podría asemejarse al fin de los días.



En esta ocasión, innovaré en el tema multimedia. Aparte de imágenes, vídeos -selfie en 360º darán fe de lo bello y remoto del Parque Nacional Timanfaya y de la inolvidable ruta de ascenso al cráter del volcán Caldera Blanca, tras cruzar ríos y mares de lava y bordear su hermana pequeña, La Caldereta, y cuyo inicio se encuentra escasos metros antes de la entrada norte al parque, en el municipio de Tinajo. Aquí una muestra.





Por la misma razón que muchos grandes poetas comienzan a dibujar algunos de sus versos, hoy, 7 de Junio, comienzo a escupir estas palabras, salvando incluso la dificultad de inspirarse con un reposacabezas amarillo doloroso de Ryanair enfrente.

Tras respirar in situ el aura inodoro que desprende la roca, parece mentira como, hasta los volcanes, criaturas demoledoras, se inactivan de repente y la lava, uno de los fluidos más ardientes que existen, se solidifica con rapidez pasmosa en contacto con el aire. Eso sí, bajo esa capa dura, gélida, el líquido viscoso continúa su paso por tiempo indefinido, dejando, con el paso del mismo, enormes tubos volcánicos, vacíos, ausentes, carentes de sensibilidad y eco, donde gritar de poco sirve.

Y yo sigo enamorado de las islas del rinconcito, de su olor, de su belleza, de lo que me queda por conocer, de lo que me han hecho sentir, del sentimiento que me provocan cada vez que aterrizo en ellas. Punto.

No olvidéis que la vida es el único viaje con punto y final. Por ello, hay que viajar, querer y llorar al máximo, sufrir lo mínimo, buscar la inspiración y la felicidad con cada paso y nunca perder la esperanza.

Y por último, no penséis que esto ha dejado de ser una bitácora y ha pasado a ser una gran metáfora de viajes. Os estaría engañando. Hasta muy pronto viajeros.


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