6/23/2015

Temporada de cerezas en Extremadura


No puedo negar que me dio rabia perderme la pasada temporada de floración de los cerezos del Valle del Jerte y que no veo el momento de volver a esta región de Extremadura en algo menos de un año para disfrutar de ese supuesto manto blanco que emociona y cubre las laderas del valle como si de una fina sábana de lino se tratase.

Desde Ávila, en idéntica compañía, pero pintado de blanco, quiero volver a bajar el sinuoso Puerto de Tornavacas, cruzar Jerte, Cabezuela del Valle y Navaconcejo, desviarme por Valdastillas hasta Piornal y dirigirme a Plasencia de nuevo por la carretera nacional tras pasar brevemente por Cabrero y Casas del Castañar.


Al igual que el árbol del cerezo, el Norte de Extremadura es algo mágico, tanto cuando florece como por el fruto al que da vida. La verdadera fruta de mi pasión, la cereza. Porque después de este gran fin de semana, sin pretensiones pero muy esperado, ya no sé decir si es mejor ver la flor que comerse la fruta, si es mejor deleitarse la vista con un espectáculo floral único que ver a las mujeres “de cerezas” en las pequeñas naves de los pueblos, seleccionando una a una las jugosas frutas de color rojo intenso recogidas, o si es mejor llevarse a casa fotografías de postal o sentirse mínimamente estafado pero inmensamente feliz tras medir de forma amena e improvisada el tamaño de las cerezas recién compradas con los expertos locales con una rutinaria lámina de cartón con agujeros numerados y conversar acerca de las joyas subterráneas de Extremadura, sin duda, futuras visitas. Mejor no sé. Claro que no, pero más dulce seguro.


Para repetir, de igual manera, es lo vivido en Los Pilones de la Garganta de los Infiernos. Entre Jerte y Cabezuela del Valle, y tras una hora de agradable caminata, el Río Jerte se deformó hace millones de años para dar lugar a un emplazamiento idílico, propio del Jardín del Edén, donde, durante varios cientos de metros, pozas se suceden, y familias, perros, amigos y enamorados disfrutan de la corriente perfecta, cascadas, saltos de agua, fuentes naturales, las aguas más cristalinas y toboganes tallados en la roca, de líneas caprichosas, casi lisa, limada, blanquecina. Un rato inolvidable, un recuerdo ya imborrable.





Plasencia es igual de sorprendente, en mi opinión, a la altura de ciudades como Toledo o Salamanca. Quizás no desde fuera, pero si desde dentro. Una ciudad amurallada que se convierte en cuento bajo la luz de la luna. Un restaurante, el Tentempié. Un bar de tapas en plena Plaza Mayor, el Español. Un hotel económico, el Azar.

Una fugaz excursión por el Parque Nacional de Monfragüe completó la ruta. Un lugar perfecto para la observación de aves y de la mejor cara del Río Tajo, verdoso y apaciguado. Centenares de rutas por recorrer a pie si el calor lo permite. Naturaleza viva e infinita desde algunos de sus miradores, en especial desde El Salto de los Gitanos o desde el Castillo de origen árabe que lleva el nombre del mismo parque. A su salida por el este, carreteras solitarias y parajes de ensueño de amarillentas fincas de encinas y extensos cultivos relajan los sentidos, aturdidos.





Ya de vuelta, en Navalmoral de la Mata, manjares a precio de comida rápida en ElFogónEn resumen, una bomba de fin de semana, de principio a fin ;)


Deseando saber aún que deparará el verano, me despido, con ilusión. Hasta pronto viajeros.


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