5/21/2015

Marbella, sueño eterno


Con años de retraso, y tras una rápida y emotiva visita, me digno a dedicarle unas palabras a uno de mis rincones predilectos del mundo, si no mi preferido, Marbella y sus alrededores, mi sur y mi norte, sueño pasado y futuro, permanente más bien.

Es menester del ser humano menospreciar los pequeños placeres, lo que tenemos a tiro de piedra y creemos que durará para siempre. Pero de repente, lo baladí se transforma en parte esencial de nuestra existencia, y la sombra que arrastra la falta pesa más que los dulces recuerdos.

Dicen que Marbella suena a lujo; a mi me suena a brisa del Mediterráneo.
Dicen que Marbella se queda vacía en invierno; a mí me llena el alma.
Y dicen que Marbella se satura en verano; yo siempre siento ir solo por su paseo marítimo.

La montaña de La Concha si que le otorga ese glamour que algunos atribuyen a otros aspectos triviales, y un microclima único donde la lluvia es tropical y, tanto el calor extremo como el frío polar, grandes extraños.



Reconozco estar prendado de este pico rocoso y de cómo muestra su extensa falda cuando la miro desde la playa de mi casa, desde el embarcadero del hotel Marbella Club o desde el faro de Puerto Banús.




Aquí la felicidad la mido en kilómetros; los que separan mi hogar de la playa de Banús por la orilla del mar, o del comienzo del paseo marítimo de mármol en dirección al centro, subiendo por el escondido inicio del sendero GR249 y volviendo bajo las jacarandas que, en mayo, tiñen de violeta el cielo y las aceras.

Momentos únicos vienen a mi cabeza en los bohemios jardines de Volubilis, en los caminos que atraviesan los hoteles Marbella Club y Puente Romano hasta sus respectivas playas, en mi terraza, desayunando en la gasolinera BP, en las calles que flanquean la Plaza de los Naranjos, en Benahavís, en mi restaurante favorito, Terrasana, oculto en un parking cercano al casino de Marbella y conocidísimo en la comunidad extranjera afincada en la zona, o en los bares orientales de la parte trasera de Puerto Banús, sisha y sangría o té en mano, viendo caer el sol.











Es obvio que me estaré quedando corto pero me es suficiente para que la nostalgia de un nuevo fin de semana no cese. En esta ocasión, por casualidad, una jornada medieval en la romántica Ronda, una breve escapada a Tarifa y una visita exprés a Granada completaron un fin de semana de ensueño, sol y buen rollo.

De la incomparable Ronda me quedo con sus vistas desde arriba y su magnífico puente desde abajo, ambas panorámicas imposibles de olvidar. 








De Tarifa, con las puntillitas y el borriquete del restaurante "El Mirlo" y con la playa de Valdevaqueros, donde las dunas de arena blanca se funden con las montañas, a un lado, y con el cielo azul, al otro, invadido por las infinitas y tensas cometas de los practicantes de kite surf, que combaten el fuerte viento, silbando, en un espectáculo visual extraordinario.





De Granada, con todo Granada, con La Alhambra, imponente, con cada una de sus perspectivas desde La Carrera del Darro y el mirador de San Nicolás, en el barrio del Albaicín, con sus plazas y sus zocos.







Ay mi sur...me estás haciendo perder el norte.

Hasta la próxima viajeros.


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