No
hay verdad más absoluta y aplicable a cualquier aspecto de nuestra vida que la
que define la felicidad o la satisfacción como la diferencia entre la realidad
y nuestras expectativas.
Era
hora de uno de nuestros más esperados viajes hasta la fecha; una parte más de
este dulce y vertiginoso “comienzo” que une y que no cambio por nada, pero que complica
el descanso, premia los momentos de relax y hace que el tiempo ofenda de lo
rápido que pasa. Todo llegará, espero.
Me
gustaría recordar Croacia por su clima soleado, sus playas idílicas color
turquesa y su calidez y carácter adriático, y quizás deba volver en un mes más
caluroso y concurrido, pero, en esta ocasión, tengo que pensar en aquellos
detalles que más han capturado mi atención durante los cinco días de ruta por
el sur de Dalmacia. Un país en construcción, obviamente por sus circunstancias
históricas, de playas descuidadas, a caballo entre el desarrollo y el abandono
y aparentemente cerrado por vacaciones en Semana Santa incluso en sus gemas
turísticas. Puede ser la efímera parte de su gracia y puedo sonar exagerado,
pero hay que vivirlo.
Irremediablemente, ahondaré en la herida más adelante, pero, del mismo modo, sería injusto olvidar
de esta zona de Croacia su envidiable historia, sus infinitas influencias, su
orografía, los bellos cascos antiguos de verdaderas joyas como Dubrovnik,
Split, Hvar o Korcula, sus atardeceres, su virginidad, sus calas inaccesibles,
algunas incluso peligrosas, el encanto y hospitalidad de sus hoteles/casas y su
económica gastronomía rica en pescados y mariscos, con grandes influencias
mediterráneas y de Europa del Este, al igual que sus gentes.
Como
ya sabéis, no me gusta ahondar en la historia de los lugares o en el nombre o
año de construcción de los monumentos. Las experiencias, las sensaciones y los
recuerdos de los lugares que visito son las variables que guían mi mano cuando
escribo. Por ello, daré pinceladas de lo que aconteció cada día hasta el
atardecer con la excepción de la excepcional cena a base de pescado y con mucho
acento canario en el restaurante Fife de Split (un must). Persiguiendo
atardeceres de forma obsesiva, que es lo mío. Esta vez con ella.
El
sol frío, cortas lluvias, algún diluvio y cielos nublados nos acompañaron a
través de la estudiada ruta circular:
Dubrovnik
– Makarska – Split/Península de Marjan – Stari Grad – Hvar – Vrboska – Sucuraj
– Podaca – Trpanj – Orebic – Dominice/Korcula – Orebic – Trstenik – Ston – Mali
Ston – Dubrovnik.
Los ferries
aptos para vehículos que nos permitieron movernos entre islas y península,
cuyos horarios pueden ser consultados en la web www.croatiaferries.com fueron:
Split
– Stari Grad (Hvar)
Sucuraj
– Drvenik
Ploce
– Trpanj
Orebic
- Dominice (Korcula) - Orebic
Los "hoteles" que amablemente nos acogieron a precios muy razonables fueron:
Dubrovnik - Apartment Saint John 2
Split - Spalatum Luxury Rooms
Podaca - Guesthouse Podaca
Korcula - Villa Castello
Dubrovnik
es un pequeño decorado de colores grisáceos, marfil y naranja intenso a pie de
las rocosas montañas que desafía al mar; la parte inferior de un precioso
cuadro donde las diferentes tonalidades de azul y la isla de Lopud comparten
protagonismo.
La
muralla que lo flanquea encierra un casco antiguo bellísimo y peatonal, que se
recorre en escasas horas y donde los gatos campan a sus anchas.
Tanto
desde abajo como desde lo alto de la pared de piedra que rodea completamente la
ciudad antigua, los techados canela, la piedra color colmillo, la ropa colgando
entre balcones, los palacios, el impresionante castillo de la ciudad, los
portones de entrada a la pequeña urbe fortificada, las plazas, las iglesias,
las callejuelas, las infinitas cuestas, las inquietantes callejuelas y el
puerto dominan la escena medieval. Para una buena vista del Arsenal, la playa a
cinco minutos de las murallas bien merece una visita, al igual que el
inverosímil Café Buza si se desea ver el mejor atardecer de la zona con una
suave cerveza local, Ozujsko, casi suspendidos de la roca.
Bordeando
la costa camino de Split y tras superar la confusa frontera de Bosnia, Makarska
se presenta como la parada perfecta para disfrutar de un animado paseo marítimo
y de las vistas tras bordear su pequeña bahía hasta su península del amor,
donde millares de enamorados han ido sellando su afecto, con candado o sin él,
durante años con la cordillera y el pueblo como testigos.
Después
de la tempestad llegaría la calma y Split brillaba con fuerza a nuestra
llegada. El sol reflejaba en los charcos, deslumbrándonos y enfatizando el
brillo de los edificios. De esta verdadera ciudad, mi preferida del viaje, me
quedo con los restos de la antigua ciudadela, con sus galerías subterráneas,
con la diversidad de sus construcciones, con el panorama desde el puerto de ferries,
el más importante del sur de Dalmacia, con el restaurante Fife que comentaba más
arriba y con la península de Marjan, al oeste, donde disfrutamos en la intimidad
del segundo atardecer consecutivo.
A
dos horas en barco de Split, la isla más turística del archipiélago, Hvar,
mostraba con su mejor sonrisa ante nosotros. Mi primer chapuzón en las gélidas
aguas del Mar Adriático fue en Uvala Dubovika, una preciosa playa a pocos
minutos al sur de Stari Grad y de fácil acceso tras un corto descenso a pie por
la montaña. El caserón en uno de sus extremos y su pequeña iglesia a pie de
playa son los complementos perfectos para el objetivo de los fotógrafos más
exigentes.
La
ciudad de Hvar es un auténtico placer para todos los sentidos. Aún en plena
preparación para el verano, debo estacar su enorme plaza, su embarcadero en
forma de “U”, perfecto para tomar una pausa y/o comer, su ciudadela española y
su fuerte de Napoleón, el cual, desamparado, nos ofreció, casi en exclusiva,
una de las mejores vistas del viaje.
De
nuevo en soledad, recorrimos los casi ochenta kilómetros que posee la isla de
punta a punta. Con la excepción de Vrboska, su bonito canal y su iglesia
originalmente fortificada por sus habitantes en 1575 ante las ofensivas turcas,
la desolación reinó durante todo el camino a través de desérticos pueblos como
Brusje, Velo Grablje o Humac. La falta de relieve y perspectiva desde el cielo
de Google Maps a la hora de preparar el viaje provocó un par de momentos de
tensión difíciles de olvidar a la hora de acceder a las calas de Prapatna y
Stiniva, en el norte del islote. Con la digestión cortada y con ganas intactas
de un nuevo atardecer fuimos testigos de cómo, una vez más, el sol pintaba el
firmamento de mil colores, en el terrorífico camping de Malska.
Sufriendo
los horrores de un país con el cartel de “cerrado” en la puerta, cruzamos de
nuevo a la península sin cenar. Con el peor de los despertares en Drvenik,
salimos del ferry, y tras pocos kilómetros, llegamos ya de noche cerrada a
Podaca, donde una nueva habitación de una agradable familia croata nos
esperaba. La panorámica sorprendería de buena mañana.
Los
datos desactualizados de la página web de los ferries nos jugaron una ligera
mala pasada en el primero de los dos barcos que nos llevarían a Korcula, la
famosa isla donde supuestamente Marco Polo, el más experto de todos los
viajeros, nació en 1254. Varias versiones convertidas ya en leyenda. Con menos
horas de sol de las esperadas, disfrutamos como pudimos de las decepcionantes
playas de Lumbarda y de un paseo por las espectaculares calles de Korcula. Ya
con el sol brillando en otra parte, la cala más próxima a nuestro apartamento
en Villa Castello, me brindó uno de los momentos de paz y reflexión del viaje.
Ya
en el mismo día de nuestro retorno y sin señales del astro rey, cruzamos toda
la península de Peljesac en dirección a Dubrovnik. Célebre por sus vinos, pero
con sus caseras bodegas cerradas, completamos el camino en menos tiempo del
esperado antes de parar en Ston y Mali Ston, donde sus salinas, sus
impresionantes murallas de 1333, el
segundo sistema defensivo más grande del mundo, y una última comida a base de
pescado y rodeados de asiáticos cerraron la agenda del viaje.
Por
ésta y muchas más escapadas…hasta la próxima viajeros.
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