Cuando
el tiempo para pararse a pensar pasa a ser un bien escaso, los momentos
pausados de inspiración un lujo al alcance de muy pocos y las escapadas se
convierten en frenéticos viajes por trabajo, nuestro propio cerebro minimiza de
forma irremediable el espacio dedicado a la reflexión. Un nuevo año para
acumular millas y vivencias y seguir viendo, por suerte, la tierra desde el
aire, a través de la ventanilla de un avión. Pasarán a ser provisionales
protagonistas de este blog los viajes intensivos a muchas ciudades dentro de un
mismo país, relatos más cortos, impresiones en formato de pincelada aventurada.
¿Quién
me iba a decir a mí que, en plena búsqueda de continuar con mi sueño americano
en la gran manzana, tan cerca que lo podía tocar con las yemas de los dedos, o
de saborear mieles más exóticas de destinos como Tailandia o Irán, iba a acabar
en una gran empresa de moda, viajando a Polonia semana tras semana, sin tregua?
Una
mezcla de trabajo, perseverancia y casualidad me han traído aquí. Siento esta
oportunidad como un tren de esos cuyas puertas permanecen abiertas durante
segundos, con parada en la puerta de casa y destino a lo desconocido.
Una
estresante y divertida locomotora que promete mil y una experiencias. Trataré
de exprimir cada traslado a las profundidades de Polonia hasta la última gota.
Vía libre de viajes a una cultura nueva, diferente, aparentemente fría y de
temperaturas igualmente gélidas, sólo mitigadas por las ganas de adentrarme en
ella.
Expresiones
faciales y paisajes monocromáticos herencia del comunismo en la capital,
Varsovia, donde, a falta de conocer su casco antiguo, cielo, niebla,
automóviles, ritmo, gente, parques, asfalto y bloques de cemento desconchados
se funden en una singular escala de grises que contrasta, de alguna forma, con
la vida y los neones de los numerosísimos centros comerciales, en los cuales
pasaré largas horas, testigo de una nueva sociedad consumista atendida por
mujeres, algunas muy bellas, y dirigida por hombres.
Desde
los sucios cristales de la planta veintidós del hotel Marriott, privilegiadas y
traslúcidas vistas del norte de la capital, de la clásica estación central y
del modernista centro comercial Zlote Tarasy, a sus espaldas, cuyo innovador techo
compuesto por triangulares y azulados cristales transparentes asemeja, entre
edificios, el movimiento del agua en alta mar, del imponente palacio de la
cultura y la ciencia y de una de las escasas calles comerciales de la ciudad,
Marszalkowska. Recuerdos de Miami al dente en Vapiano y fríos paseos en
compañía por la travesía Nowy Swiat, más castiza, de casas bajas y coloridas
grietas, con destino a la inmensa, histórica y diáfana Plaza Pilsudskiego.
Dicen
que no hay segundas oportunidades para una primera impresión. Pues he de decir
que la primera visita de muchas a Polonia ha calado muy positivamente en mi
retina y mantiene intactas mis ganas de seguir descubriéndola.
Hasta
mañana Varsovia.
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