4/04/2013

Sudeste de los Estados Unidos. Historia, colonialismo y naturaleza en estado puro


Recurriendo en parte a una famosa película de los años 90, “La vida es como una caja de bombones”, nunca sabes que viaje te puede tocar. Así fue mi último road trip, más de mil millas recorridas en coche durante cinco días, alejado de mi Marbella de Semana Santa, de fiestas hasta al amanecer, comidas familiares y procesiones desde la barrera pasadas por agua. Nuevas y grandes amistades en un mismo coche de alquiler, dos conductores, dos estados bien distintos, unos días en la América un poco más real, fuera de la península de Florida.



Llegando a San Agustín por el sur, de noche cerrada, y desayunando de buena y soleada mañana en una cafetería al más puro estilo francés a las afueras del centro, nada hacía presagiar lo que nos esperaba; ni siquiera una ligera pista de que aquella ciudad se iba a tratar del primer asentamiento europeo en Estados Unidos, liderado por españoles y con el protagonismo indiscutible de Juan Ponce de León, hace exactamente 500 años. Un fuerte de clonada apariencia, aunque de menor tamaño, que el Castillo San Felipe del Morro, en el Viejo San Juan de Puerto Rico, y una serie de banderas, incluidas la española, la cual se aparece muchas más veces a lo largo y ancho de toda la localidad, impoluta, radiante, histórica, y, sorprendentemente, la pirata, blanca y negra, intimidante, dan la bienvenida a una serie de calles con nombres de ciudades de España, contagiosas de armonía y tranquilidad, las cuales invitan a andar sin rumbo, doblando esquinas, de derecha a izquierda, absorto en la belleza de las, para nada ostentosas, construcciones adosadas a las orillas de los caminos asfaltados, sin aceras, en la armonía de los colores y perfecto cuidado de la pintura en la fachada de pequeños hoteles, restaurantes y cafés, y en la originalidad de las tiendas de artesanía, disfraces, velas, souvenirs y galerías de artistas locales. En su día, ciudad de expediciones, tesoros, asaltos, abordajes, luchas encarnizadas y matanzas, palabra que precisamente da nombre a su bahía; actualmente, remanso de paz para el bucanero moderno más sosegado. Al otro lado de la Bahía de Matanzas, la visita al famoso faro bien merece la pena. Sólo una perfecta, mística y simétrica espiral de 129 escalones nos apartaba de las mejores vistas 360 grados y fotografías posibles, de la oportunidad de otear el horizonte de la Florida más plana. En el infinito, azul y verde se conjugan en un difuminado color aguamarina. Muy cerca, una sorprendente parada en el más que recomendable restaurante Gipsy Cab nos devolvió a una realidad que muchos no conocen o no quieren conocer. En América se puede comer bien, lejos de gofres, brownies con beicon, hamburguesas y perritos recalentados. Una crema de setas y vieiras y el plato estrella, Gipsy Chicken, una especiada, portentosa y tierna pechuga de pollo acompañada del más agridulce y sabroso repollo y un asombroso puré de patata en forma de pelota de tenis y de textura más sólida de lo habitual, dan fe de mi afirmación. Todo en su delicioso punto, sazonado con mucha complicidad, el siempre complaciente recuerdo de mi platónica persa y muchas, muchas risas.












Pocas horas después, en playa Fernandina, ancha, dura, fría y desierta, vimos caer el sol por el oeste por encima de las copas de la eterna arboleda, sólo separados por una fila de pacíficas casas de madera iluminada.






Savannah, la joya costera de Georgia, su legado más colonial. Belleza planificada, extraordinaria, divina de día, espiritual, encantada, terrorífica de noche, parques liderados por estatuas, historia de bronce, que invitan a la reflexión y a la lectura, arquitectura de película, calles de cuento, invadidas, protegidas, techadas por el carismático musgo español. Turismo clásico, travesías impecables inundadas de autobuses vintage que narran a sus pasajeros las anécdotas de una ciudad única, carruajes tirados por caballos para los más peliculeros y  recorridos en típicas embarcaciones sureñas por su grandioso río. Empezando por abajo, un parque, Forsyth, sus mansiones colindantes, una plaza, Chippewa, famosa por ser el escenario dónde Forrest Gump, sentado en un banco de madera, narra su vida, una de las mejores de la historia del cine, un café, en esta misma plaza, Gallery Espresso, insuperable, una calle, cualquiera.












Tybee Island en su extremo más sur, al este de la civilización, segundo atardecer consecutivo, mucho más espectacular si cabe, sin obstáculos de por medio, de esos donde el sol tiñe de naranja y púrpura todo el cielo que el ojo humano alcanza a ver y se esconde poco a poco, ya sin dañar la retina, hasta desaparecer, ya solitario, ensombrecido, tras el último árbol, al que cede todo el protagonismo, para despedirse, incansable, preparado para deslumbrar, con su luz, a la otra parte del mundo. No se presentan muchos así. Lo digo por experiencia.






Sin tiempo para cruzar a Carolina del Sur, sin plan, y demostrándose de nuevo que la intuición es la mejor y más fiel de las consejeras, la penúltima y quizás una de las más asombrosas y placenteras paradas del viaje fue el “Okefenokee National Wildlife Refuge”, o “Refugio Nacional de Vida Salvaje de Okefenokee”, al sur de Georgia, un paraíso para los amantes de la naturaleza y el silencio, reserva de pinos de copa pequeña y alturas imposibles y cipreses calvos de tronco robusto, y edén para aves de todas las clases y estatus social, caimanes, tortugas, que pude ver, y demás especies. Un tour casi privado, en barca rústica, por sus lagos y manglares. Golden Clubs y Lilies pintan el agua, invadida. Reflejos inverosímiles en el líquido cristalino, una experiencia única, una de mis mejores instantáneas hasta la fecha. No tengo palabras.


















Ya de vuelta a Miami, parada rápida en la tranquila Jacksonville, regida por un gran puente que cruza su río, y que, coloreado por neones azules cuando el cielo se torna opaco, disfraza y maquilla a una ciudad sin ningún encanto especial.

Hasta aquí, una ruta más, inesperada, divertida, un sello más en el pasaporte de mi mente.

Siguiente parada, Atlanta, por trabajo. Por placer, indeterminado. Cuando, indeterminado. Todo por confirmar. Planes, muchos, siempre en el horno, proyectados en mi cerebro.   

Hasta muy pronto viajeros.


2 comentarios:

  1. Me gustaría que en tus próximos posts contemplaras aspectos como la geofísica o la economía, pues darían un sentido más completo al mismo.

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  2. Julián, a pesar de ser economistas, nuestra ciencia no lo es todo, y mucho menos la geofísica... ;)))

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