3/31/2016

Mi devoción por el Caminito del Rey Alfonso XIII


Llegaba el día, como caído del cielo, con las expectativas por las nubes de un cielo amenazante y mis nervios crecientes a nuestra entrada a la localidad malagueña de Ardales. Y no defraudó, al mismo tiempo que dichas nubes obedecían nuestras plegarias y ponían rumbo al norte, en soleada procesión.

Casi coincidente con la Semana Santa y con el primer aniversario de su renovación, tuve la oportunidad de ser uno de esos ya más de 300.000 afortunados que hemos tenido el privilegio de disfrutar del Caminito del Rey. Cifra que irá en aumento, a tenor de la guerra encarnizada que, a diario, se libra online para conseguir una plaza cualquier día del calendario. Ahora que todavía tengo fresco en la memoria cada paso, cada viga de sujeción, cada rincón del desfiladero, cada imagen y cada tablón de madera tratada, sin duda es el mejor momento para plasmar mi experiencia sobre el papel, de hacerla inmortal, de la misma manera que se ha hecho con esta joya escondida con su tremenda rehabilitación.


En su estado actual, y tras quince años cerrado por motivos de seguridad, sólo una gran fobia a las alturas podría disuadirnos de adentrarnos en esta aventura única y mágica.

En el pasado más reciente, y para poder apreciar así el valor incalculable de su renovación, sólo los valientes expertos amantes del riesgo se adentraban en el suicida, maltrecho, y en ocasiones, inexistente camino original, para desafiar a la muerte con desdén y vivir desde dentro la garganta como los trabajadores que crearon esta reliquia. Durante el recorrido, mi yo más aventurero se imaginó en su piel. Quizás por soñarlo desde la seguridad más absoluta. Quizás mi subconsciente me traicionaba. Más que probable, viendo el estado de algunos de los tramos de la antigua pasarela, que discurre aun, en su mayor parte, por debajo de la nueva, perfectamente mimetizada también con el entorno.


Hablando de sus creadores, me detendré brevemente en su historia. En plena industrialización a mediados del siglo XIX y tras la construcción de la vía férrea que unía las cuenca mineras de Córdoba y las fábricas de Málaga y atravesaba el Desfiladero de los Gaitanes, el ingeniero Rafael Benjumea recibe, a finales de dicho siglo, el encargo de aprovechar el desnivel  del agua para producir electricidad. En 1906 concluye su obra maestra y la dota de balcones adosados a la piedra para sus labores de mantenimiento. Nacía así el Camino de los Balconcillos de los Gaitanes. En 1921, el Rey Alfonso XIII lo recorre, ocasión que propicia su cambio definitivo de denominación años más tarde.


En cuanto a su fisonomía, el famoso recorrido lineal, con un total de tres kilómetros (algo más si se suman los accesos y el camino de salida hasta el autobús que devuelve al inicio), se compone de dos tramos de impresionantes pasarelas que desafían el vacío (el segundo sin duda más espectacular) y un agradable paseo entre medias, para todos los públicos y entre verdes montañas, vías de un tren increíble y bellas acequias.






Del mismo modo que la primera parte del camino ya deja sin palabras y pasa de inmediato a ser el objetivo de las cámaras más impacientes, la segunda tanda de pasarelas, permitiendo verlas desde lejos, en perspectiva, parece sacada de un cuento para alpinistas. El desfiladero crece, el barranco se afila, el camino se adentra en rincones imposibles, el tren, con suerte, aparece y los caminantes desfilan como hormigas con casco, sin vacío claro, flotando en horizontal en plena pared vertical. Como broches de oro brillan el inmaculado puente colgante que cruza el abismo y los últimos metros de vía, tanto de cerca como de lejos, que encaran la salida. El fin de esta próspera maravilla a tiro de piedra de Málaga. Más información y reservas en su web oficial.










No puedo olvidar agradecer a nuestro compañero de viaje el haber podido caminar por este pedacito de historia más temprano que tarde. Gracias.


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