8/30/2015

La Palma y Tenerife, un amor atemporal


La Palma es como una mujer de la que estás locamente enamorado. Te parecerá la cosa más bella del mundo, como su caldera de Taburiente y la cascada de colores que alberga en su interior, te cautivará como un paseo por las callejuelas del centro de su capital, Santa Cruz, te encargarás de que esté bien protegida, como sus cielos estrellados, sus ojos brillarán como los callaos de su playa volcánica de Echentive, mirarla te dejará embobado como ocurre al ver por primera vez los acantilados de su playa de Nogales, tocarla te calmará como las aguas de esta última o de las piscinas naturales de Charco Azul, en ocasiones te hará sentir el rey del mundo como pasa en lo alto del Roque de los Muchachos, saciará tu apetito como un buen queso palmero asado con mojo verde del restaurante Chipi Chipi o un buen pescado de Casa Goyo, te dará respeto como su mirador del Time, será enrevesada como cualquiera de sus carreteras, te sorprenderá como su playa de los Cancajos, te embelesará como un atardecer desde Los Quemados, le pondrá un fisco de sal de Fuencaliente a tu vida y seguramente también la endulce como una quesadilla del Hierro. Y es que la isla bonita lo tiene todo para quererla con locura.
























Con el prólogo mágico de un amanecer desde el puerto de La Gomera, en escala desde La Palma, el gran Teide nos daba los buenos días, majestuoso. Llegábamos a casa, al lugar que siempre quiero volver.


Como si fuera mi primera vez, nos alejamos del turístico sur para bañarnos junto a las paredes verticales de Los Gigantes y, en el Rincón de Antonio, comer chocos y papas arrugadas, cenamos en familia en Los Abrigos, al son de las lapas y las olas, pasamos el mejor de los ratos en insuperable compañía en el que, desde esta semana, se ha convertido en uno de mis puntos preferidos de la isla, Punta Teno, en el extremo más noroeste de la isla y accesible de nuevo tras la reciente reapertura de la única carretera que, remota, lo conecta con la civilización, disfrutamos del atardecer subiendo al Tanque y de unas buenas arepas de carne mechada con queso amarillo y reina pepiada en la Arepera El Volante, ya de vuelta al sur, jugamos a las palas como niños en las espectaculares playas del Duque, vimos caer el sol por detrás de La Gomera, comprobamos la buena reputación gastronómica del restaurante El Gomero y, para acabar con el mejor de los sabores, pateamos Abades, su municipio, sus paradisiacas playas y sus abandonados alrededores, nos hartamos a gueldes y chopitos en La Taberna Marinera Agua y Sal de Tajao y endulzamos el paladar con unos helados de chicle, higo pico y despedida en el médano, como siempre.














Porque te siento mía, porque quiero más y mejor y porque de algún modo estamos predestinados, por ti, Tenerife.


Ya de vuelta a la dulce rutina de las escapadas, hasta muy pronto viajeros.






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