Israel. Palestina. Israel y Palestina.
Israel o Palestina. Cuatro escenarios de un conflicto cuyas razones se escapan
de mi razonamiento y conocimiento. Por algún motivo, entiendo tan poco, la
historia es tan sumamente extensa y densa y los vínculos tan emocionales y
profundos, que empiezo a preferir quedarme con lo que veo, lo que siento en la
superficie, lo que me eriza la piel, lo que me asusta, lo que me sorprende y lo
que me hace considerar esta tierra un lugar único, excepcional y sensacional.
Un frenesí de culturas. Una sagrada excepción repleta de sensaciones que
conviven en tensa armonía.
En un día en la ciudad más moderna del
Mediterráneo oriental podemos vibrar con la vida comercial del desafiante
Azrieli Center Y el pintoresco mercado de Sarona, opuestos en aspecto, y el
buen rollo que predomina en el espacio abierto y cultural que forman los
auditorios de Habima y Charles Bronfman, disfrutar de un paseo agradable y del
estilo art deco y la clase que desprende la mítica avenida Rostchild, repleta
de árboles, hoteles boutique, gente guapa, proyectos de viviendas para
bolsillos pudientes y restaurantes para todos los gustos, cruzar Shenkin Street
para comprar de forma más genuina, confundir al olfato en el mercado de Carmel,
poner dirección al mar y, ya sin perdida, con el ojo en la antigua ciudad de
Jaffa, recorrer el empedrado marítimo con los pies lo más mojados posible hasta
una de las urbes portuarias más antiguas y conquistadas de la historia. Un
bello laberinto árabe de piedra amurallado.e Etrechos rincones de ensueño en
ocres y azules. A escasos metros, en el mercado Flea, multicultura gastronómica
en Puaa, un estiloso y casero comedor para los paladares más hipsters. Kebab y
garbanzos en la mesa, sillas y vajilla de la abuela. Delicioso.
Incluso en los días más calurosos,
Jerusalén provoca escalofríos. Algunos de los lugares más célebres de los
textos sagrados católicos, judíos e islámicos se suceden como cartas de una
histórica baraja con naipes de las más diversas procedencias e
interpretaciones.
El Monte de los Olivos ofrece la mejor
vista de la Ciudad Santa. Lugar de peregrinación para devotos y curiosos de
todo el mundo. Una ciudad dividida en barrios, estratos y religiones. Sitios,
religiones y versiones se solapan a partir de aquí. Todo comienza a ser visto
con los anteojos de la religión, a ser pintado con un bolígrafo de varios
colores, a confundirme. La tumba subterránea de María para los ortodoxos, los
rezos más radicales en la tumba del Rey de los Reyes judíos, David, mi momento
de soledad junto al féretro de María para los católicos, el frío tacto de la
roca donde Jesucristo fue crucificado y que vio derramar su sangre en el Santo
Sepulcro, la fotografía furtiva de su féretro en su maltrecho panteón, el
energético baklava regado con zumo de naranja y Granada recién exprimido en el
Holy rock, un lugar regentado por un musulmán amante de los caballos, tan
genuino como burdo el evidente plagio de su logotipo, en plena Vía Dolorosa,
parte crucial del Vía Crucis o sendero que Jesucristo siguió desde su captura
en el Jardín de los Olivos hasta que el hierro penetró sus palmas y pies en
forma de cruz, el impacto que produce ser testigo de las plegarias de ortodoxos
en el muro de las lamentaciones, más en su parte cubierta esta vez, dada la
época del año, la imagen del joven soldado frente a frente con la pared de
piedra y mi deseo en papel incrustado en uno de los ya escasísimos huecos que
ofrece esta última.
En zona de blancos y negros, en contra
de la recomendaciones del día y siguiendo ni más puro instinto explorador, la
cúpula de la roca es, sin duda, uno de los lugares más embriagadores en los que
estado. Un precioso octógono perfecto, de estampados imposibles, sublime
caligrafía e infinitos colores de una paleta mágica, testigo de una discusión
entre hermanos y vecinos muy reveladora.
A pesar de su naturaleza religiosa y
tan ajena a mis orígenes, este tipo de lugares de culto para los musulmanes
despiertan algo incomprensible en mis adentros, un sentimiento de paz difícil
de explicar. Los cánticos en árabe, altos y nítidos a través de los altavoces,
me hacen viajar en el tiempo y en el espacio siempre, en una especie de vínculo
inexplicable. A esta sensación inolvidable le dedico esta entrada.
Hasta la próxima viajeros.
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