Por tener mucha más vida que otras ciudades, por ser
desproporcionalmente joven dado su carácter universitario, por sus diversas
plazas, por sus desniveles, proveedores de perspectivas y colores, por su
reducido tamaño, por el trato recibido, por las nuevas experiencias vividas y
con la ayuda nuevamente de un clima que invitó a dejar que los rayos del sol
empuñasen mi bolígrafo para escribir sobre el papel horas antes de despedirme,
Poznan, la ciudad más histórica de Polonia, me vuelve a descolocar y se sitúa
muy arriba en mi ya irremediablemente dividido corazón polaco.
Quizás mi utópico deseo de vivir en el futuro guiase mi decisión. Quizás fueron las reseñas en la red. Quizás su diseño transgresor, al igual que su nombre. Lo que estaba claro es que un rincón de veintidós habitaciones de una antigua fábrica de cerveza convertida a lujoso centro comercial y hotel boutique por una millonaria empresaria polaca no podía dejar indiferente. Inmensos paneles de cristal, hierro color metálico, fuertes anclajes y grueso alambre protagonizan una fachada estrecha pero impetuosa. Una puerta automática, circularmente opaca, da paso a un imponente hall de altura infinita dominado por el negro del mobiliario, el morado de la larga alfombra que lo atraviesa y que sube por el estirado tramo de escaleras camino del bar y el precioso rojizo del ladrillo. Una invasión de arte, formas tajantes, buen gusto y un servicio exquisito atoran los sentidos. A la derecha, las tripas del hotel, en negro lacado, se abren, olvidando el rojizo de la piedra. Paredes de los pasillos y puertas de las habitaciones desnudas, sin número, se unen en un ambiente brillante, confuso y monocromático. Un iphone propiedad del hotel guía al afortunado huésped, una pantalla de un televisor, aparentemente estropeado, le da la bienvenida, y el mismo aparato le abre la puerta de la amplia estancia, muy a la altura de las circunstancias. El suelo de madera a dos tonos y los armarios y sublimes utilitarios ocultos ofrecen una simpleza aparente que contrasta con los ostentosos muebles, el inmenso cabecero y la televisión giratoria de altísima gama situada a pies de la cama. Desayunos de rey recién exprimidos y servidos en finas copas y platos de diseño. Único en Poznan sin lugar a dudas, inolvidable, Blow Up Hall 5050. Os dejo unas imágenes.
Quizás mi utópico deseo de vivir en el futuro guiase mi decisión. Quizás fueron las reseñas en la red. Quizás su diseño transgresor, al igual que su nombre. Lo que estaba claro es que un rincón de veintidós habitaciones de una antigua fábrica de cerveza convertida a lujoso centro comercial y hotel boutique por una millonaria empresaria polaca no podía dejar indiferente. Inmensos paneles de cristal, hierro color metálico, fuertes anclajes y grueso alambre protagonizan una fachada estrecha pero impetuosa. Una puerta automática, circularmente opaca, da paso a un imponente hall de altura infinita dominado por el negro del mobiliario, el morado de la larga alfombra que lo atraviesa y que sube por el estirado tramo de escaleras camino del bar y el precioso rojizo del ladrillo. Una invasión de arte, formas tajantes, buen gusto y un servicio exquisito atoran los sentidos. A la derecha, las tripas del hotel, en negro lacado, se abren, olvidando el rojizo de la piedra. Paredes de los pasillos y puertas de las habitaciones desnudas, sin número, se unen en un ambiente brillante, confuso y monocromático. Un iphone propiedad del hotel guía al afortunado huésped, una pantalla de un televisor, aparentemente estropeado, le da la bienvenida, y el mismo aparato le abre la puerta de la amplia estancia, muy a la altura de las circunstancias. El suelo de madera a dos tonos y los armarios y sublimes utilitarios ocultos ofrecen una simpleza aparente que contrasta con los ostentosos muebles, el inmenso cabecero y la televisión giratoria de altísima gama situada a pies de la cama. Desayunos de rey recién exprimidos y servidos en finas copas y platos de diseño. Único en Poznan sin lugar a dudas, inolvidable, Blow Up Hall 5050. Os dejo unas imágenes.
De momento parece que el buen gusto polaco y su bien aprovechada
influencia occidental no tienen límites. La deliciosa sopa y orgánica
hamburguesa vegetal de LeTarg Bistro, de estudiada y colorida decoración,
dentro del ya mencionado Stary Browar, un precioso centro comercial donde
tiendas de todas las firmas internacionales, arquitectura y arte moderno
conviven, fruto del pudiente y recatado bolsillo roto de su visionaria dueña.
Desde aquí, la concurrida calle Polwiejska lleva hasta la plaza
principal, donde la torre del ayuntamiento, o Ratusz, predomina sobre el resto
de bellísimos edificios de colores que la observan, perfectamente alineados y
colocados a su alrededor. En las inmediaciones, callejones de piedra nos
descubren, bajo un cielo gris que, como podéis ver más abajo, intensifica los
matices, asombrosas iglesias como la de los Franciscanos o la de San
Estanislao.
A escasos pasos del lugar, el frío incita a adentrarse en un ambiente
más cálido y a probar el mejor chocolate de la ciudad, en múltiples versiones,
en Cacao Republika. Si, tras el chocolate, o si, en vez de dulce, el paladar
solicita el tacto más agrio y áspero de la cerveza local, Brovaria en la mejor
compañía es el complemento o alternativa ideal. Un sobradamente conocido
establecimiento de la localidad donde no se pueden dejar de degustar sus
carnes, pescados o su famoso trío de cervezas caseras. Para bajar la mezcla y
seguir respirando historia, un corto paseo hacia Ostrów Tumski, una verde isla
al noreste del centro, rodeada por los ríos Warta y Cybina, permite irrumpir
silenciosamente en la memoria y orígenes del país, ya que, en su interior, la
gran Catedral aloja los restos de los primeros señores de Polonia.
Pero sin duda una de las experiencias del corto viaje fue una de esas
cosas que mucha gente hace y mucha es incapaz de hacer. Salir solo. Salir en
terminología actual. Entrar a una discoteca y mezclarse entre la multitud de
ajenos grupos de amigos con la mejor de tus caras. Vodkas con cranberry para combatir la soledad y
hacerse a la bebida local. Lo que comienza como un paseo nocturno con poca
esperanza, esquivando literalmente la tentación de tomarme una copa entre
bailarinas, barras de baile y aterciopeladas cortinas de color rojo, acaba en
el retumbar de la música del SQ Club a escasos metros de mi hotel. Dudo, me
alejo, recapacito, le doy una oportunidad, no me equivoco. Música negra, Nueva
York, mi hermano. Plenamente consciente, alucino con lo irrepetible de la
situación. Tan único como cualquier momento en Polonia.
Tocando la costa norte polaca, Alemania y Portugal con la yema de mis
dedos, muy contento por un mes de Abril repleto de viajes y buenas sensaciones,
me despido hasta la próxima viajeros.
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