7/02/2013

Denver, alternativa, musical, artística


Orgullosos de sus asombrosas Montañas Rocosas, sus infinitas pistas de ski, sus sorprendentes paisajes al trasluz, sus bellos atardeceres y sus cielos uniformemente azules, despejados, la mayor parte del año, los habitantes de la capital del estado de Colorado reciben al turista de forma maravillosa ya desde su llegada al moderno aeropuerto en forma de cordillera desigual.

Eso sí, la mayoría quizás no sea consciente de lo que la ciudad ofrece a ojos del buen observador, de qué forma deleita al joven e inquieto visitante con pequeños pero apreciables detalles, al sibarita, al artista, al músico, al otro arquitecto, al transgresor, al curioso, al diferente, pinceladas de modernidad y frescura que la convierten en una joya por descubrir y vivir, más allá de todo lo que su privilegiado entorno natural puede brindar.






Destacar los alrededores del institucional Civic Center Park, haciendo especial mención al ayuntamiento, al capitolio y al flamante museo de arte moderno, un imponente downtown en tonos gris, crema y granate, y su zona más baja, al oeste, todo lo que rodea a las calles Wynkoop, Wazee, Blake, Market y Larimer, el área de LoDo, su gran estrella, un anticuario renovado, puro contraste, construcciones clásicas bajas, rojizas, ladrillo visto amarronado, desgastado adrede, con estilo. Preciosas viviendas con balcones libres, desafiantes, descolgados, tiendas, boutiques, cafés, restaurantes, terrazas en lo bajo y lo alto de los edificios, buen gusto ordenado en una cuadrícula, perfectamente disfrutable a pie, recogido, diseñado para el disfrute de la gente joven y la que siempre permanece joven, la redefinición de una ciudad, la mejor ilustración del rejuvenecimiento urbanístico.
















Dos restaurantes; uno, céntrico, de excelente comida internacional e infinitas cervezas, Yard House, el otro, exóticamente americano, Twin Peaks, los mejores nachos con cerdo desmenuzado y deliciosas quesadillas de pollo, amabilidad extrema, ficticia, escotes desproporcionados y muslos al aire por parte del personal, muy yankee.

Un hotel, elegante, sobrio, de forma triangular, siempre atractiva, y apariencia exterior e interior sublime, tenue, con historia y solera, el Brown Palace, abierto cada día desde 1892.

Un lugar amplio de ocio diurno y nocturno en una antigua e inmensa nave industrial reconvertida a bar, diáfano, acristalado y con una espectacular azotea con vistas, View House.

Un café, bueno tres; uno de ellos en E 14th avenue, el reCyclery Cafe, un lugar de culto para los amantes del café, la comida sana, el reciclaje y las bicicletas, los otros dos, en E 13th avenue, el Gypsy House Cafe, una poética, mística y relajante cafetería al más estilo hippie, y The Desk, un concepto muy singular, una auténtica meca del café, impoluta, detallista, blanca, simple, de incuestionable elegancia importada, con espacios de trabajo en alquiler en su parte trasera.

Una imagen impactante, una familia de mendigos al completo, entre los dos y los cuarenta años, pies descalzos y zapatillas demasiado grandes, unas sonrisas inocentes por parte del más pequeño, pasajeras, reflexiones obligadas.

Una experiencia, Colin Powell a escasos metros, inyección de liderazgo y motivación, lección de humildad, compromiso y esfuerzo. Una carrera meteórica. Nada es imposible.

Denver, un claro ejemplo del infinito encanto de los Estados Unidos, escondido detrás de cada esquina, deseando ser descubierto. Nos vemos de nuevo en unos días, en el comienzo de la gran aventura.

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