1/14/2016

Cambio de década en Zaragoza


Un cumpleaños huidizo en buena compañía. Una forma relajante de cruzar la línea que me adentra en una nueva década vital, seguramente la más determinante, en plena consciencia del fugaz paso del tiempo, mi mayor miedo y más valioso recurso. Una nueva ciudad, al menos en mi recuerdo. Una tranquila estancia en el Hotel Reina Petronila, entre burbujas, ibéricos y dulces regalos. Un paseo por la Pilarica y su plaza, más navideña que cualquier otro día del año. Un reflejo en el Río Ebro de la gran Basílica desde el magnífico Puente de Piedra. Un buen símil de mi tránsito, fugaz y silencioso protagonista del fin de semana. Ahí se quedaron mis “veinti”, a buen recuerdo, en el fondo del Ebro. Y también entre pinchos de tortilla en el Bar Circo, croquetas de Doña Casta y gintonics en la terraza Libertad 6.8, para quitarle seriedad al asunto.


El Monasterio de Piedra, a una hora aproximadamente de la ciudad de Zaragoza, y especialmente su Parque Natural, parece asemejarse a una especie de edén natural entre escarpadas laderas, donde el Río Piedra campa a sus anchas, divertido, formando numerosas cascadas e inverosímiles caídas de agua, de alturas y formas diversas, y donde las cuevas se suceden en pleno camino, en lo que supone una efímera y húmeda inmersión en un mundo de aventuras mágico. La magia de las pequeñas escapadas, en ocasiones equiparable a los sueños de los grandes viajes.






Hablando de grandes viajes, hasta la próxima viajeros.


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