1/06/2015

Profundizando en el milagro de Israel


Mi último viaje a Tierra Santa bien podía asemejarse a un pasaje bíblico. Alrededor de veinte ciudades en tres días, en medio de la celebración de la festividad judía por excelencia, el Hannukah. Desde su punta del sur, Eilat, un oasis comercial y vacacional en medio del desierto abierto al Mar Rojo, puerto franco a escasos metros de Egipto y Jordania, de desproporcionada oferta hotelera e inmejorables paseo marítimo y clima, hasta Nahariya y Karmiel, cerca de sus dos enemistados vecinos del norte, Siria con sus bélicos Altos del Golán y Líbano.



En una enorme caravana negra de cristales tintados, luces interiores de neón, asientos de cuero blanco reclinables y penosas amortiguaciones recorrimos casi la tan diversa totalidad de Israel con la excepción, en esta ocasión, de Jerusalén. Atrás, que recuerde, dejamos ciudades como Be´er Sheva, Ashdod, Rishon LeTsiyon, Holon, Kyriat Ono, Petah Tikva, Guivatayim, Tel Aviv, Herzliya, Ein Shemer, Afula, Nazareth, Tiberias, Karmiel, Nahariya, Acre, Kiryat Bialik o Haifa.



En una especie de milagroso viaje en el tiempo, realizamos importantes paradas históricas en Nazareth, supuesta ciudad natal de Jesús, o Tiberia, donde este anduvo sobre las aguas del Mar de Galileo. Sin olvidar la siempre todopoderosa gastronomía, pecamos de gula en Imad, en Nazareth, donde devoramos el más reputado y sabroso hummus y falafel del país, y degustamos, ya en la última comida, la mejor pasta de Tel Aviv, en Cafe Italia.



 



Como si fuera el último viaje por estas tierras y con la ilusión del primero, tras haber mojado mis pies en ambos extremos del Mar Mediterráneo, me despido hasta la próxima escapada. Esta vez por tierras del norte de África. Os deseo a tod@s un año 2015 repleto de viajes.


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