Como
una lluvia de Perseidas, mis dos primeros pasos por Tierra Santa han sido
fugaces, limitados a vistas lejanas del mar mediterráneo desde las terrazas de
los modernos hoteles del centro de Tel Aviv, largas horas de reuniones de
trabajo en oficinas e infinitos paseos por centros comerciales y repetidas
degustaciones de los más variados manjares acompañados de caldos locales.
Sin
embargo, de pequeñas pinceladas azules empezamos a formar nuestras opiniones.
Observando, escuchando y moviendo la cabeza de lado a lado conseguimos
estrellarnos siempre con nuestros inconscientes prejuicios, creados en mayor
medida por los medios y los juicios de valor ajenos. Si bien es cierto que mi
voluntaria ignorancia histórico-político-religiosa me ha ayudado a afrontar
este comienzo de aventura con los ojos y los brazos abiertos, sin miedo a
preguntar.
Varias
cosas están claras acerca de esta influyente nación. Pocos pueblos poseen la
importancia histórica de Israel, tierra de peregrinación, o su diversidad
religiosa, y pocas democracias, por no decir ninguna, son vecinas y
protagonistas del conflicto más puro, eterno para muchos.
De
carácter disciplinado, autoritario, casi militar, confiado, defensivo,
orgulloso y familiar. Así es Israel y sus mediterráneas gentes. De
temperatura suave y aroma fresco y ácido del desierto. Así son los días y los
amaneceres en esta árida tierra. Del
mismo tono cromático y creencias opuestas. Así son sus poblaciones.
Desde el inigualable complejo comercial de la Calle Mamilla, emocionado por esos repentinos cambios de rumbo personales y laborales que nos dirigen a lo inesperado y maravilloso, a escasos minutos del lugar más sagrado del mundo
para el judaísmo, cierro, con un punto y seguido y hasta dentro de unas
semanas, este gran episodio que el destino me ha ofrecido. Todá.
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