Sin
compasión alguna, Tenerife se ha convertido en mi casa, un destino para soñarlo
despierto, donde siempre volver y descubrir rincones mágicos. Esta orgullosa
isla en medio del Océano Atlántico ha ampliado a dos mi abanico de lugares donde
ser feliz en un futuro no muy lejano, con mi querida Marbella de la mano.
Porque una pregunta ronda mi cabeza tras mi última visita a este particular
edén: ¿Y quién no se siente canario después de vivir las islas?
Una
local fue la culpable de semejante trauma, aunque dulce como un hojaldre
jordano. Conocimiento indispensable por otro lado, pues jugando al escondite
suele destaparse lo desconocido a la mayoría, lo menos explotado, lo más
salvaje, virgen y bello.
No
me extenderé en esta ocasión. No me explayaré en mis sensaciones o vivencias.
No diré más allá de lo evidente. Pero dejar esta corta escapada al norte de
Tenerife, sus atardeceres y las miradas cruzadas con sus laderas infinitas y
sus acantilados color betún en manos del cruel e inoportuno olvido sería muy
injusto, no me lo podría perdonar. De nuevo, gracias.
De
punta a punta, en contraste con el turístico, fiestero, plano y casi siempre
despoblado de nubes sur, recorrimos La Laguna con la mirada desde la torre de
la Iglesia de la Concepción, disfrutamos del atardecer en Punta Hidalgo entre
cervezas y bigotes de camarones, degustamos el magnífico pastel de batata, las
croquetas y la carne mechada de la Tasquita de Carol, cogimos fuerzas mañaneras
con las pulguitas de La Esquina y Snuupy, en Santa Cruz, divisamos el horizonte
y las asombrosas y negras playas de Los Patos, El Ancón y El Ballullo, con
visita incluida a esta última, desde la casa salmón, en el Mirador de Santa
Úrsula, comimos calamar fresco en la playa de San Marcos, rincón de pescadores
en el municipio de Icod de los Vinos, famoso por su milenario drago, me
refresqué en las aguas de Garachico, nos quitamos el mono de chopitos en el
insuperable restaurante El Burgado, en Buenavista, con las mejores vistas
posibles del extremo noroeste de la isla, Punta de Teno, y el rugido de las olas rompiendo a nuestras espaldas, paramos el tiempo en
el Charco del Viento, la quizás mejor piscina natural de este paraíso,
engrasamos un poco el organismo con las vueltas canarias con papa fritas de la
Tasquita de Enfrente, en Santa Cruz, cruzamos la cordillera de Anaga y playa
Almáciga para llegar y descender caminando a Benijo, sin duda, la playa del
viaje, vivimos desde dentro la cultura musical y el arraigo canario mientras saboreábamos
una deliciosa ensalada de mil frutas acompañada de papas, atún y mojos caseros en Casa África,
regresamos por el vertiginoso camino de Las Mercedes y despedimos el gran fin
de semana con un hasta pronto desde el mirador del Pico del Inglés y un más que
dulce leche y leche con esponjosa tarta de queso en la abarrotada dulcería El Rayo.


Porque
la vida, compartida (y en Tenerife), es mejor.
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