5/23/2014

Las joyas polacas del Báltico


Como su propio nombre indica, el trío de ciudades que conforman la principal región del norte de Polonia, Gdansk, Gdynia y, entre medias, Sopot, suponen la perfecta combinación, un delicioso cóctel a base de jarabe de cultura, agua del mar báltico y dulce arena de playa.

Gdansk, una joya de color ámbar y formas típicas que resplandece ya a tempranísimas horas de la mañana, como sus tejados desde el Hotel Mercure o desde el diminuto mirador en lo más alto de la torre de la Iglesia de Santa María tras subir sus más de cuatrocientos escalones. Su gran atractivo y encanto se concentra en el trayecto desde la puerta de la ciudad hasta el río a través de la Calle Dluga, su vía principal. Neptuno aguarda en uno de sus extremos, dominando la amplia plaza, velando por que el tiempo no erosione los bellos edificios de fina fachada, vivos colores e inconfundible arquitectura. Muy cerca, la escondida Calle Mariacka es una reliquia de flamante empedrado. En no más de doscientos metros, toneladas de ámbar y originales puestos y joyerías bellamente semi-enterradas se agolpan mientras los ojos de sus dueños reflejan el brillo de sus alhajas expuestas en las vitrinas de los muebles de anticuario y las cafeterías llaman la atención del que pasea con sus antiquísimas terrazas de piedra y ancha balaustrada. 



Solo, aunque en compañía de mi Real Madrid en semifinales de Copa de Europa, cena de fábula, sin pretensiones y camareras de escándalo, en el restaurante Friends.






















Gdynia, puerto polaco y silencioso encanto del Mar Báltico. Pacífica y marítima. Mi primer contacto visual con éste desde la cima de su céntrico parque, protegido por una enorme cruz. Una nueva sensación para el bolsillo pequeño de mi mochila. Más abajo, entre talleres de barcos, el puerto, grandes embarcaciones, muy próximos a la amplia zona del acuario que precede al mar, pequeños chiringuitos venden amablemente platos combinados a base de fresco y barato pescado. Rayos de sol y aire frío en la cara para disfrutar intensamente de fondo de esta hermosa ciudad náutica de vida y cultura de mar.








Sopot, la ciudad soñada de vacaciones cuando el sol ciega la vista. Una calle, Monte Cassino. Helados y gofres gigantes alteran el sentido del olfato. La famosa casa torcida confunde, al igual que la escultura que pende de un hilo ante el asombro de los transeúntes. Ya casi pisando la arena, la plaza y el inmenso embarcadero en frente el hotel Sheraton dan majestuosidad a la pequeña población. Como mandan mis costumbres y rodeado de un paisaje muy similar al de los peliculeros Hamptons, dejé el maletín y las zapatillas, mis fieles compañeros de trabajo, sobre la fina arena, para meter los pies en un nuevo mar, congelador esta vez, con los frondosos acantilados redondeados y un enorme grupo de amigos como testigos de mi tímida y solitaria hazaña. Al este, un interminable y salvaje paseo marítimo entre verde hierba, pequeñas dunas, veraniegos chiringuitos y restaurantes. 










¿Parece el caribe verdad?




Una pregunta de única respuesta para recordarme la necesidad de escaparme un fin de semana de verano a este paraíso polaco.

Hasta pronto viajeros,


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