Esta entrada no es la que cierra
la temporada de viajes pero si es la que precede a un nuevo cambio de etapa en
mi vida, la que ha marcado un previsible punto de inflexión y ha colocado los
caprichosos sentimientos a flor de piel. De ahí que sea diferente, la única con
caras y nombres propios, y que vaya dedicada a todas las personas que me
rodean, que, de un modo u otro, me hacen vivir tan intensamente, a los
impagables reencuentros, a las nuevas amistades, a las inolvidables
experiencias, al duro hecho de echar en falta un poco y mucho, a las siempre
presentes dudas, a las crueles despedidas, a las agridulces sobredosis de
emociones.
Nueva York, ¿por qué este golpe
inesperado, directo al corazón?, ¿por qué esa sensación de verte desde el
avión, iluminado en todo tu esplendor, como el ombligo del mundo, dónde todo
parece ocurrir?, ¿por qué eres el causante del estrés más espantoso y de los
más relajantes paseos, de las comidas con continuación y de los últimos cafés, descafeinados?
Te has cruzado en mi camino para interrogarme en silencio, para sacarme
lágrimas saladas de felicidad y para recordarme que estás ahí para acompañarme,
bajo el frío sol, en los mejores momentos. Ahora entiendo. Espero devolvértela
muy pronto.
Nueva York, microciudades perfectamente diferenciadas y estructuradas dentro de una misma urbe componen los incansables y atemporales barrios a los que, casi en su totalidad, se brinda visita de forma inconsciente, repetida y casi sistemática cada vez que uno pisa la gran manzana.
Nueva York, microciudades perfectamente diferenciadas y estructuradas dentro de una misma urbe componen los incansables y atemporales barrios a los que, casi en su totalidad, se brinda visita de forma inconsciente, repetida y casi sistemática cada vez que uno pisa la gran manzana.
Nueva York, capital del planeta tierra y
mina imperecedera de descubrimientos y nuevas vivencias. En esta ocasión, la apuesta segura, Le Bain, un rooftop mayúsculo, trajo las vistas y dispuso la ciudad a nuestros pies, The High Line, en el Meatpacking District, un parque en
altura sobre una antigua vía de tren, de largas y estrechas dimensiones, puso
la modernidad sobre la mesa en una fresca y soleada mañana de sábado, una mesa
que muy cerca de allí y tras una larga espera se llenaría de las famosas y
sabrosísimas hamburguesas de carne de cerdo y queso roquefort, acompañadas de cordilleras
de patatas paja, del Spotted Pig, para pasar a una amarga digestión, sólo
mitigada por la dulce reunión de dos hermanos unidos por Miami y la música, empapada
en aún más amargas aunque deliciosas y digestivas pócimas a base de ginebra,
tónica y magia en Amor y amargo, la genuinidad más pura hecha bar, en el East
Village.
El Domingo maratoniano comenzó,
para no perder la costumbre, con un buen desayuno tardío y latino que, en
soledad, acompañaría a mi aún reticente estómago hasta bien entrada la noche. Poco
importaba. Arropados por el gentío del Upper East Side, con el ambiente de la
carrera más famosa del mundo emanando por los poros de la piel, mensajes de
ánimo en mano y bandera de España en espalda a modo de capa, tuvimos la oportunidad de
ver a nuestro corredor, y viceversa, en dos ocasiones, orgulloso, en su mayor
logro como deportista amateur. Historias de esfuerzo y superación, tradiciones,
promesas, retos personales, héroes por un día en definitiva. En la esquina de
la calle 91 al este con la quinta avenida se perdió la voz, se animó a ya
vencedores de decenas de nacionalidades como si fuesen familia, como ciudadanos
de un solo mundo, convirtiendo el desfallecimiento en trote, el cansancio en
sonrisas y el sufrimiento en orgullo y felicidad. Por la tarde, interesantes e
intensas conversaciones caseras en perfecta compañía, salpicadas de vino joven,
refrigeradas por la helada brisa del Upper West Side. Un día en la piel de un
neoyorkino. Asombrosa sensación.
Lunes al sol en Brooklyn tras
cruzar su histórico puente y más despedidas en la calle 42 al este de
Manhattan. Miradas clavadas en el cítrico y edificado infinito a través de la
ventana del autobús de vuelta al aeropuerto, maldiciendo tu eterno y mortal encanto.
Un hasta luego, un luego diferente pero igualmente emocionante. Nueva York,
hasta dentro de unos días.
Gracias a Patricia, Oliver, Alberto, Nuria,
Ismael, María, Carolina y Gloria por unos días más que inolvidables, pendientes
de cicatrización.
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