-Perfecto. El
jueves a las 3.30 en la puerta del Empire State.- Así quedan dos grandes
amigos, familia, dos días antes de ir a Nueva York después de cuatro meses sin
verse. Arriesgado pero especial, excepcional, diferente, único. Pero no hay dos sin tres. Momento abrazo en
la estación Grand Central. Gracias por la más original reunión de amigos jamás
vivida, por cinco días de felicidad absoluta, por dejarme decir siempre la
última palabra, por el esfuerzo, las risas, las conversaciones y los silencios
que muestran que, en la amistad verdadera, no hay segunderos ni minuteros, el
tiempo se para, deja de importar. Es cuando uno piensa por dentro: voy a
valorar más estos momentos, porque lo bueno, lo muy bueno, se acaba pronto, vuela,
pero que grande sería vivir la aventura que es mi vida, sin apenas rutina, con
vosotros, esos de los que me acuerdo diariamente, cerca, en un sitio diferente.
Dejemos que el destino ate cabos y una caminos, su cometido. Como siempre,
gracias a todos los que habéis formado parte de este viaje tan especial de
cinco días que parecieron cinco minutos. Como veis, esta entrada empieza por el
final, mis reflexiones y agradecimientos, pero sigue de una forma diferente.
-¿Y era tu primera vez en Nueva York?- me preguntó
incrédulo.
-Sí, la primera de muchas. Pienso volver cuando haga
más calor- afirmé.
-¿Dónde te quedaste?
-En casa de una amiga al otro lado del río Hudson,
en Jersey City. Una zona preciosa para vivir, tranquila, a cuatro minutos en
tren del World Trade Center en Manhattan y con unas vistas, que apurando, van
hasta la calle 42 de la gran manzana, 42 calles de grandiosidad arquitectónica,
presididas por una gran torre, la torre libertad, todavía en construcción,
desafiante.
-Ah sí, conozco la zona. Hablando del World Trade
Center, ¿fuiste al monumento como memoria a los atentados del 11S?
-Sí, lo vi rápido pero conseguí sentir a las almas
que allí descansan, tranquilas, recordadas, entre las aguas de las piscinas
negras sin fondo. Un juego de simetría, reflejos y contraste que da paz a un
lugar maldito.
-Dios mío, aquello fue horrible. Hablemos de cosas
más agradables. Imagino que ya sabrás que Nueva York es famoso por ser la
ciudad que nunca duerme. Doy por hecho que saldrías por la noche bastante.
¿Dónde fuiste?
-No sé por dónde empezar, cada barrio tiene su
encanto y su estilo, pero si tengo que elegir me quedo con dos sitios espectaculares. El primero, The Box, un
teatro discoteca, una discoteca teatral, entre el Soho y Lower East Side, sin
cartel en la puerta, sofisticado, elegante, decadente, atractivo. Tenue, te
atrapa, con acróbatas colgadas del techo, gogós de las edades y estilos más
variopintos, staff de lo más variado
y un plato, bueno, varios platos fuertes. Desde la una, y cada hora y media, se
apaga la música y comienza el espectáculo, en directo, actuaciones
inverosímiles, talentos increíbles, de lo más bello a lo más grosero. Hasta que
el cuerpo y tus principios aguanten. Sólo hay una forma de entenderlo. Verlo.
El segundo, Le Bain, última planta del hotel Standard, en el Meatpacking
district, vistas de todo Manhattan y Nueva Jersey, música para trasnochar.
Hasta los baños tienen vistas. También estuve en Little Branch, una pequeña
coctelería del West Village, oscura, escondida y refinada, y en un concierto de
mi artista preferido Ryan Leslie en la mítica sala de conciertos Irving Plaza.
Tres horas de teloneros precedieron al espectáculo de uno de los grandes
productores y talentos dentro del mundo del hip hop. Una fusión sutil e única con
música electrónica y rock hacen de su música algo único.
-¡Suena bien! Veo que lo pasaste bien. He oído
también que puedes viajar alrededor del planeta y probar todos los tipos de gastronomía del
mundo sin salir de Nueva York. Cuéntame un poco. ¿Dónde comiste?
-Tienes toda la razón del mundo. Más allá de haber
degustado la mejor hamburguesa Americana en Burger Joint, hamburguesería
secreta hace años, famosa en la actualidad, oculta tras las cortinillas
granates del hall del hotel Le Parker Meridien , o la más sabrosa tarta de
zanahoria en Little Cupcake bakeshop, en el Soho, en cinco días he probado
deliciosas mazorcas y sándwiches cubanos en el Café Habana del Soho, exquisita
pasta italiana al más perfecto dente en Sorella, en el Lower East Side, o en Pepe
Rosso, igualmente en el Soho, el más aromático té de menta marroquí en Le Souk,
en el West Village, ramen picante, demasiado picante, en el genuino japonés
Sapporo, en el East Village, pura barbacoa al peso y cerveza en jarra en Fette
Sau, en el renovado barrio de Williamsburg, en Brooklyn, y, por supuesto, como
no podía faltar un domingo de buena y soleada aunque helada mañana, brunch de
huevos benedictinos en Hudson River Café, a orillas del río Hudson a la altura
de Harlem. Hambre no pasé como podrás ver.
-Me está entrando sólo de imaginarme lo que me estás
contando. Y digo que, para abrir apetito, o por eso de hacer turismo, te habrás
pateado Manhattan y alrededores de un lado para otro. ¿Estuviste en el pulmón
de la ciudad, Central Park, en Times Square o subiste a lo alto de algún famoso
rascacielos?
-Pues mira, por suerte conté con la mejor guía y más
allá de todo lo que te he contado hasta ahora, conocí lugares que el turista
que va de visita a la ciudad de las ciudades no frecuenta, dispares, como los
espectáculos en vivo en los escaparates de Agent Provocateur o los magníficos atardeceres
con vistas de ensueño desde la terraza o rooftop
del número 230 de la 5ª avenida, y experimenté situaciones extremadamente
únicas, como descubrir por accidente en dos ocasiones la cantidad ingente de
mendigos que, cada noche, se resguardan del frío en las estaciones de Penn y
World Trade Center o la oportunidad inolvidable de
disfrutar de una misa muy particular en el barrio de Harlem, con coro de gospel
incluido, público de raza negra muy participativo y un cura, aparte de
agradecido y sorprendido con nuestra presencia, digamos, muy efusivo, rozando
los límites de nuestro entendimiento religioso y provocándonos los sentimientos
más encontrados en dos de las horas más intensas de mi vida. Aún así, y a pesar
de dejar la subida a los grandes rascacielos para mi próxima visita, conseguí
disfrutar de unas buenas vistas desde el piso 44 del Chrysler Building, mi
preferido sin duda, y de las visitas obligadas en la gran manzana, como Wall
Street, el inmenso, nevado y multicolor Central Park, la vibrante y consumista 5ª avenida, el grandioso, estridente
y marketiniano Times Square, Broadway, el cultural, rebelde y estudiantil
Washington Square Park, el estiloso barrio de Tribeca o el turístico e
imponente puente de Brooklyn, desgastado por la fotografía, entre otras.
-Bueno tranquilo, no se puede hacer todo en cinco
días. Esta ciudad no se vive ni en una vida. Hablando de vivir, si existiese la
posibilidad, ¿eligirías vivir en Nueva York?
-Pues seis meses sí, dos años no, una vida menos.
Demasiada competición, demasiada ciudad, demasiado frío, demasiado ritmo,
demasiado metro, demasiado estrés, demasiada suciedad, demasiado grande,
demasiada demasía. La ciudad dónde el rico se siente pobre. Por el contrario, la
capital del mundo te hace estar vivo, confiado, despierto, audaz, en alerta, sentir
estar dónde debes estar. Mucho atrapado y atrapada en la gran burbuja. Una
ciudad de neoyorquinos, enamorados, tribus urbanas, princesas, tigres, valientes,
ricos y pobres.
Ahí se acabó la conversación, con una conclusión
clara, Nueva York, la capital de las capitales, la más intensa, ciudad donde,
supuestamente, se cumplen los sueños, hay que vivirlo, meterse dentro y
disfrutarlo.
Hasta el próximo viaje, ya programado. Esta vez, de nuevo, a un paraíso terrenal...
No hay comentarios:
Publicar un comentario