2/26/2013

Reencuentro en Nueva York


-Perfecto. El jueves a las 3.30 en la puerta del Empire State.- Así quedan dos grandes amigos, familia, dos días antes de ir a Nueva York después de cuatro meses sin verse. Arriesgado pero especial, excepcional, diferente, único.  Pero no hay dos sin tres. Momento abrazo en la estación Grand Central. Gracias por la más original reunión de amigos jamás vivida, por cinco días de felicidad absoluta, por dejarme decir siempre la última palabra, por el esfuerzo, las risas, las conversaciones y los silencios que muestran que, en la amistad verdadera, no hay segunderos ni minuteros, el tiempo se para, deja de importar. Es cuando uno piensa por dentro: voy a valorar más estos momentos, porque lo bueno, lo muy bueno, se acaba pronto, vuela, pero que grande sería vivir la aventura que es mi vida, sin apenas rutina, con vosotros, esos de los que me acuerdo diariamente, cerca, en un sitio diferente. Dejemos que el destino ate cabos y una caminos, su cometido. Como siempre, gracias a todos los que habéis formado parte de este viaje tan especial de cinco días que parecieron cinco minutos. Como veis, esta entrada empieza por el final, mis reflexiones y agradecimientos, pero sigue de una forma diferente.



-¿Y era tu primera vez en Nueva York?- me preguntó incrédulo.
-Sí, la primera de muchas. Pienso volver cuando haga más calor- afirmé.
-¿Dónde te quedaste?
-En casa de una amiga al otro lado del río Hudson, en Jersey City. Una zona preciosa para vivir, tranquila, a cuatro minutos en tren del World Trade Center en Manhattan y con unas vistas, que apurando, van hasta la calle 42 de la gran manzana, 42 calles de grandiosidad arquitectónica, presididas por una gran torre, la torre libertad, todavía en construcción, desafiante.





-Ah sí, conozco la zona. Hablando del World Trade Center, ¿fuiste al monumento como memoria a los atentados del 11S?
-Sí, lo vi rápido pero conseguí sentir a las almas que allí descansan, tranquilas, recordadas, entre las aguas de las piscinas negras sin fondo. Un juego de simetría, reflejos y contraste que da paz a un lugar maldito.







-Dios mío, aquello fue horrible. Hablemos de cosas más agradables. Imagino que ya sabrás que Nueva York es famoso por ser la ciudad que nunca duerme. Doy por hecho que saldrías por la noche bastante. ¿Dónde fuiste?
-No sé por dónde empezar, cada barrio tiene su encanto y su estilo, pero si tengo que elegir me quedo con dos sitios espectaculares. El primero, The Box, un teatro discoteca, una discoteca teatral, entre el Soho y Lower East Side, sin cartel en la puerta, sofisticado, elegante, decadente, atractivo. Tenue, te atrapa, con acróbatas colgadas del techo, gogós de las edades y estilos más variopintos, staff de lo más variado y un plato, bueno, varios platos fuertes. Desde la una, y cada hora y media, se apaga la música y comienza el espectáculo, en directo, actuaciones inverosímiles, talentos increíbles, de lo más bello a lo más grosero. Hasta que el cuerpo y tus principios aguanten. Sólo hay una forma de entenderlo. Verlo. El segundo, Le Bain, última planta del hotel Standard, en el Meatpacking district, vistas de todo Manhattan y Nueva Jersey, música para trasnochar. Hasta los baños tienen vistas. También estuve en Little Branch, una pequeña coctelería del West Village, oscura, escondida y refinada, y en un concierto de mi artista preferido Ryan Leslie en la mítica sala de conciertos Irving Plaza. Tres horas de teloneros precedieron al espectáculo de uno de los grandes productores y talentos dentro del mundo del hip hop. Una fusión sutil e única con música electrónica y rock hacen de su música algo único.



-¡Suena bien! Veo que lo pasaste bien. He oído también que puedes viajar alrededor del planeta  y probar todos los tipos de gastronomía del mundo sin salir de Nueva York. Cuéntame un poco. ¿Dónde comiste?
-Tienes toda la razón del mundo. Más allá de haber degustado la mejor hamburguesa Americana en Burger Joint, hamburguesería secreta hace años, famosa en la actualidad, oculta tras las cortinillas granates del hall del hotel Le Parker Meridien , o la más sabrosa tarta de zanahoria en Little Cupcake bakeshop, en el Soho, en cinco días he probado deliciosas mazorcas y sándwiches cubanos en el Café Habana del Soho, exquisita pasta italiana al más perfecto dente en Sorella, en el Lower East Side, o en Pepe Rosso, igualmente en el Soho, el más aromático té de menta marroquí en Le Souk, en el West Village, ramen picante, demasiado picante, en el genuino japonés Sapporo, en el East Village, pura barbacoa al peso y cerveza en jarra en Fette Sau, en el renovado barrio de Williamsburg, en Brooklyn, y, por supuesto, como no podía faltar un domingo de buena y soleada aunque helada mañana, brunch de huevos benedictinos en Hudson River Café, a orillas del río Hudson a la altura de Harlem. Hambre no pasé como podrás ver.





-Me está entrando sólo de imaginarme lo que me estás contando. Y digo que, para abrir apetito, o por eso de hacer turismo, te habrás pateado Manhattan y alrededores de un lado para otro. ¿Estuviste en el pulmón de la ciudad, Central Park, en Times Square o subiste a lo alto de algún famoso rascacielos?
-Pues mira, por suerte conté con la mejor guía y más allá de todo lo que te he contado hasta ahora, conocí lugares que el turista que va de visita a la ciudad de las ciudades no frecuenta, dispares, como los espectáculos en vivo en los escaparates de Agent Provocateur o los magníficos atardeceres con vistas de ensueño desde la terraza o rooftop del número 230 de la 5ª avenida, y experimenté situaciones extremadamente únicas, como descubrir por accidente en dos ocasiones la cantidad ingente de mendigos que, cada noche, se resguardan del frío en las estaciones de Penn y World Trade Center o la oportunidad inolvidable de disfrutar de una misa muy particular en el barrio de Harlem, con coro de gospel incluido, público de raza negra muy participativo y un cura, aparte de agradecido y sorprendido con nuestra presencia, digamos, muy efusivo, rozando los límites de nuestro entendimiento religioso y provocándonos los sentimientos más encontrados en dos de las horas más intensas de mi vida. Aún así, y a pesar de dejar la subida a los grandes rascacielos para mi próxima visita, conseguí disfrutar de unas buenas vistas desde el piso 44 del Chrysler Building, mi preferido sin duda, y de las visitas obligadas en la gran manzana, como Wall Street, el inmenso, nevado y multicolor Central Park, la vibrante y consumista 5ª avenida, el grandioso, estridente y marketiniano Times Square, Broadway, el cultural, rebelde y estudiantil Washington Square Park, el estiloso barrio de Tribeca o el turístico e imponente puente de Brooklyn, desgastado por la fotografía, entre otras.









-Bueno tranquilo, no se puede hacer todo en cinco días. Esta ciudad no se vive ni en una vida. Hablando de vivir, si existiese la posibilidad, ¿eligirías vivir en Nueva York?
-Pues seis meses sí, dos años no, una vida menos. Demasiada competición, demasiada ciudad, demasiado frío, demasiado ritmo, demasiado metro, demasiado estrés, demasiada suciedad, demasiado grande, demasiada demasía. La ciudad dónde el rico se siente pobre. Por el contrario, la capital del mundo te hace estar vivo, confiado, despierto, audaz, en alerta, sentir estar dónde debes estar. Mucho atrapado y atrapada en la gran burbuja. Una ciudad de neoyorquinos, enamorados, tribus urbanas, princesas, tigres, valientes, ricos y pobres.

Ahí se acabó la conversación, con una conclusión clara, Nueva York, la capital de las capitales, la más intensa, ciudad donde, supuestamente, se cumplen los sueños, hay que vivirlo, meterse dentro y disfrutarlo.

Hasta el próximo viaje, ya programado. Esta vez, de nuevo, a un paraíso terrenal...


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